"Que el corazón nunca pase de moda, que los otoños no arruguen la piel. Que cada noche sea noche de bodas, que cada luna, sea luna de miel." Con todos era una puta; conmigo, una fortaleza inexpugnable. Es decir, salía con todos, había tenido aventuras con medio mundo, con mi mejor amigo, con el hermano de mi mejor amigo, carajo, creo que hasta con el amigo del hermano de mi mejor amigo que no sobra decir era un gordo mamón y muy creído, un tipo de lo más ordinario. Tal vez por eso me seducía tanto, tal vez por eso me obsesionaba tanto. Porque desde un punto de vista, digamos, objetivo, no era precisamente una mujer espectacular, no poseía una belleza llamativa sino rudimentaria, ni muy guapa pero tampoco era desagradable a la vista, tampoco tenía un personalidad impactante, más bien era algo rara pero nada más. Creo que más bien se trataba de una persona discreta, algo parca, incluso podría decir que era un tanto gris. ¿Cuál era entonces la razón para haber convertido en el centro de atención a una joven que además de todo me rechazaba, me menospreciaba, me rehuía? Dicen que el amor se basa en la sin razón y yo lo creo, en la falta de lógica, en lo absurdo, después de todo el amor es la locura en su máxima expresión y quien me diga lo contrario estoy dispuesto a demostrárselo. Pero, ¿era amor lo que yo sentía por ella? ¿era amor o un empecinamiento irracional? ¿era quizá, como me lo dijera una amiga psicóloga, una mera adicción? ¿era amor o era costumbre? La respuesta quizá nunca la sabré pero si he de inclinarme por alguna escogería la adicción. Ya que no me había dado por las drogas, el alcohol ya lo había dejado y nunca fui devoto de la religión, me había vuelto en cambio adicto a ella, a esa mujer diez años menor que yo y que respondía al nombre de Gabriela. No obstante el problema no era ese, al menos no del todo, el problema era que me había prendado de una mujer que saltaba de cama en cama sin pudor alguno, sin vergüenza alguna y no es que esté mal, sino que siempre se empeñaba en restregármelo en la cara. Ahí estaba, de hombre en hombre con la velocidad de la luz, y también ahí estaba yo como mero espectador. Nunca lo ocultó, incluso hacía ostentación de ello. -¿por qué soy tan ninfómana?- le escuché decir un día, entre broma y en serio, a una amiga suya, delante de mí, sin que le importara en absoluto lo que yo pudiera sentir ¿y porque habría de importarle? Si solo éramos amigos, amigos ante los ojos de todos aunque ella y yo sabíamos que nunca podríamos ser amigos, al menos yo no. Porque además de todo Gabriela conocía a la perfección lo que yo sentía por ella y parecía gozar con mi sufrimiento. Siempre la vi como una mantis religiosa de veintitrés años, fascinada por devorar con sádica lentitud al macho que la cortejaba. Había que exterminarlo con premeditada parsimonia. Y yo al otro lado, dispuesto a sacrificarme por poco menos que nada, dispuesto a ser devorado con tal de recibir de forma misericordiosa lo que sea, algo, pero nada habría de llegar. Sobra decir que todos los que me rodeaban en ese entonces me miraban con una mezcla de compasión e impaciencia. Sentían al mismo tiempo lástima y enojo. Podría jurar que más de uno deseaba ser yo sólo para hacer lo que yo no tenía valor, el valor de abrir los ojos y ver la inminente verdad. Para mis amigos, era yo un imbécil que se dejaba pisotear por una tipa que no valía la pena. “Mándala a la chingada” era su frase más recurrente. Para mis amigas, era yo un pelele que no demostraba amor propio alguno, al seguir empecinado a conquistar a una mujer desalmada. “Mándala a la chingada” era, así mismo, su frase más recurrente. En fin: estaba convertido en el hazmerreír de la gente que no me quería, y porque no decirlo, de la que me quería también. Y así pasaron tres, cuatro, cinco, siete, diez, veinte largos años, sin que la situación cambiara un ápice, algo en mi interior me decía que, tarde o temprano, Gabriela terminaría por cansarse de su vida licenciosa, de su promiscuidad irrefrenable, de su asquerosa liviandad. Y así fue, justo cuando cumplió sus cuarenta. Había perdido su frescura y su vocación sexual. Entonces pretendía ser una mujer madura. Decidió abandonar el gusto por coleccionar varones y quería dedicarse a uno solo. Volverse monógama y contraer matrimonio, pero la gente ya no cambia, eso es un mero sueño efímero, es simplemente una imagen poética y pobre de hechos reales y tangibles. Yo continuaba cerca de ella, ya me había aventado el papelazo de sufrimiento por casi dos décadas, con vergonzoso estoicismo pero seguía ahí, siempre servicial, siempre leal cual perrito faldero en espera de las sobras. Ella lo sabía y por eso no se había alejado del todo, conocedora de mi masoquista incondicionalidad, había logrado algo notable: cada vez que el frágil hilo que nos unía se tensaba y estaba a punto de reventar, lo aflojaba con sabiduría y lograba que de ese modo yo continuara atado a su cintura. Para mi, aquel jilo era mi única esperanza y tampoco me empeñaba en romperlo. Fue entonces que una mañana la invité a desayunar y me reveló el cambio que pretendía hacer en su vida. Se veía triste, un tanto apagada y con la piel seca, yo por mi parte seguía mirándola como la mujer más bella del mundo, al escuchar que quería casarse desde lo más recóndito de mi ser brotó un halo de ilusión. ¿era a caso que la vida me recompensaba? ¿tanto padecer en silencio, tanta sufrida paciencia, al final habían valido la pena y podría aspirar a convertirme en el único hombre de aquella a quien seguía amando con abnegada pasión? Después de todo, si en alguien podía confiar Gabriela para pasar a su lado el resto de sus días era en mi. Quise decírselo, proponerle matrimonio en ese mismo instante, sin embargo, ella habló primero. Entonces el destino se burlaba de mi una vez más, entró un tal Jerónimo a la conversación, un tipo del cual siempre había sentido celos y escuchar ese nombre me hizo estremecer. Habían transcurrido ya quince años desde los meses en que ella anduvo con él y en los que me lo restregó en la cara por varias ocasiones. Si bien había aborrecido a todos esos galancetes con los cuales ella había compartido lo que a mi me negó siempre, por este sentía el peor de los rencores. Si todos los que la gozaron habían sido en su mayoría una bola de patanes, este era el más patán de todos. Seguí con la conversación que sabía a dónde llegaría, en mi voz vibró un temor nervioso, mi cuerpo se llenó de tensión y mis manos temblaban a pesar de mis esfuerzos por controlarme. Ahí venía la siguiente estocada, nunca dejó de apuntalarme el corazón. Y entonces lo dijo, el tal Jerónimo le había propuesto que se casaran. Si en ese preciso momento hubiera tenido en mi mano un vaso de vidrio seguramente lo hubiera hecho añicos con la presión de mis dedos y entonces habría sangrado con profusión. Pero sangré, vaya que si sangre, solo que ella no se dio cuenta o no quiso hacerlo. Yo tenía la garganta seca y los ojos humedecidos, ella miraba hacia otra parte. Después de un silencio de dos minutos que a mi me pareció un siglo me preguntó el que pensaba, entendí entonces que dos minutos en el infierno son toda una eternidad. Su interrogante me desconcertó. ¿No era obvio lo que yo podría contestarle? ¿no sabía de sobra lo que sentía por ella, todo el amor que le había profesado durante tantos putos años? ¿desconocía acaso lo que pensaba de ese pendejo? Después de todo solo quería escuchar el consejo de su MEJOR AMIGO. Ahora que recuerdo la escena con la relativa tranquilidad que le brindan los años a uno, me parece que debimos vernos absolutamente ridículos. Una mujer que ingresaba a los cuarenta y un hombre con cincuenta y tres años, sosteniendo un diálogo que tal vez habría resultado menos absurdo en personas veinte años menores. Por supuesto que mi consejo hubiera valido muy poco. Tenía la certeza de que Gabriela tenía decidido lo que iba a hacer y que nada la haría cambiar de opinión, mucho menos mi consejo. Se casaron dos meses más tarde, ella me llamo un día antes de la boda, un día, un puto día, ni siquiera con una semana de anticipación, quiero imaginar que lo hizo de esa forma a sabiendas de que por ningún motivo asistiría. Quien iba a imaginar que antes del medio año se separarían de manera irreconciliable. Bueno, al decir verdad, yo lo sabía pero no esperaba que ocurriera tan pronto, la conocía demasiado bien como para saber que no había nacido para la vida de casada. Jamás lo volvería a intentar, trató de volver a su afición por las camas diversas, pero ya no fue lo mismo y terminó por dejar su entrepierna en paz. Ayer cumplió los cincuenta, sé que vive sola en una pequeña ciudad de Monterrey. Hace ya un tiempo que no la veo más, aunque de manera esporádica nos escribimos o llamamos por teléfono. ¿Qué si todavía la amo? Creo que sí. Por alguna extraña razón que supongo jamás me sabré explicar, como dije antes, el amor raya en el límite de la sin razón y la locura que para el caso es lo mismo, mi amor por esa mujer ha seguido vivo y su recuerdo me mantiene paradójicamente jovial. Cuando la recuerdo es como si estuviera a punto de morir, dicen que cuando uno está en ese momento toda tu vida pasa frente a tus ojos, es un segundo que se convierte en una eternidad y lo he comprobado, es como una película en blanco y negro, una burla chaplinesca es la que todos son partícipes y se ríen de tu perenne estupidez mientras que tu solo eres un simple espectador de la burla del destino, será que eso del destino era una mentira, será que lo único que quería la vida era terminar conmigo, quien sabe. Lo único que sé es que tuve que vivir sesenta y tres años para darme cuenta de que he desperdiciado mi vida en una espera inútil, la eterna espera por nada. Y de todo esto aprendí que la vida nos debe mucho, pero saben que, la vida nunca nos pagará nada y será mejor acostumbrarnos. Supongo que no está mal para un sujeto que sigue sin hacerse a la idea de que ya no es un adolescente. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Siempre lo he dicho, prefiero los finales inmediatos y misericordiosos antes que las amistades largas y... mal intensionadas. Giallo Ishambao. Noviembre 2005... |
SU SEVERIDAD LO PRECEDE. AUNQUE LA PERSONA QUE LO DEBE DE LLER NO LO VERA CREO QUE LO SUYO ES UNA MUESTRA DE SOLIDARIDAD Y COMO DECIA ELISEO DIEGO.
el yo que esta en la pagina no es mio,
puedes ser tu muy bien y en paz quedamos