"Explosion In The Sky" foto tomada en alguna parte perdida entre la Argentina y Brasil. 
Buenos Aires, Argentina y DF, México.
Once y media de la mañana. Me siento cansado y nauseabundo en el tren que me lleva Once, la estación central de la línea Sarmiento, una de las tantas que hay en esta extraña ciudad, extraña solo en un sentido pues cada vez la siento más propia, todo es el proceso de adaptación. No sé si son las birras, el reventón o las largas caminatas por las calles perdidas, no sé si es el hecho de extrañar mi almohada o mi salsa verde, no sé si es mi adicción a los panchos o el tanto extrañar mis tacos, quizá sea todo y nada. Miró por la ventana el mismo recorrido que he visto durante algunas semanas, es como ver una película en blanco y negro, nostálgico pero con una singular alegría a la vez. A veces me desespero porque siento como si la vida aquí fuera demasiada lenta para mi pero a la vez muy complicada y por momentos me da lo mismo estar aquí o en México, me da lo mismo viajar o estallar en mil pedazos.
El clima me hace recordar las navidades en casa, días soleados pero con viento frío; la metáfora perfecta de lo que prevalece en este país para un extranjero como yo, el hecho de sentir el calor de hogar en un lugar al cual no pertenezco, todo es extraño ahora. He notado que el clima bonaerense es tan extraño para el mexicano capitalino que me siento como en otro planeta, completamente fuera de lugar.
Cuando estoy en Iguazú, México parece tan alejado de mi vida que por momentos olvido que soy el extranjero, me gustaría no tener nacionalidad alguna y ser ciudadano del mundo, sin embargo, tengo un lugar de pertenencia y por momentos lo extraño.
Supongo que tengo que sentirme privilegiado, no todos pueden cumplir su sueño y por fortuna ese no es mi caso, al menos ya hay uno más cumplido en mi lista y ya he saldado las deudas que tuve alguna vez, deudas que tenía para mi y para con Argentina así que supongo que ya es tiempo de regresar a México, de vuelta a la jungla.
El viaje está lleno de turbulencias y malos sueños, he comprendido entonces que odio volar, no sé que hacer durante doce horas sentado en un avión, mirando hacia todos lados, la misma imagen vista ya desde todos sus ángulos posibles, ni siquiera puedo dormir a gusto y las películas que ponen son malas, quizá sea mi pinche exquisitez para el cine, en estos momentos uno se arrepiente de ir a la cineteca o de acostumbrarse al cine oriental y al ibérico, he ahí las desventajas de ver cine de autor. Por si fuera poco la tos de perro que me he cargado durante tres semanas empieza a empeorar, el jarabe ya no hace tanto efecto y el cosquilleo en la garganta es intolerable. Me esfuerzo para no tomar esto como un mal presagio, espero no volver al Trhuman Show de nuevo. Llego a México en una tarde crepuscular y la onda de calor que siento al bajar del avión me toma por sorpresa. Había olvidado la luminosidad del sol y me lastima un poco la vista pero por otro lado pienso lo bueno que es estar en casa, de nuevo. Me es inevitable pensar que a veces ignoramos por completo la suerte que tenemos en México de vivir a veinticinco grados centígrados la mayoría del año, aunque también tenemos que habituar al cuerpo al invierno que suele llegar a los diez grados.
Durante la primera semana me siento como un idiota, la banda dice que regresé con el acento argentino pero yo no lo creo, lo que si puedo afirmar es que se me salen palabritas del coloquio argentino, no obstante, eso es a propósito, son palabras que quiero conservar para siempre, pequeños modismos casi imperceptibles que quiero hacerlos parte de mi modo de hablar, solo para no olvidar esos pequeños momentos en que escuché esas palabras por primera vez, una forma de captura algo más de este viaje. Me siento desorientado en mi propia ciudad, siento como todo cambia rapidísimo, todo se mueve más rápido en el DF (y curiosamente más lento, no puedo explicarlo de otra forma). En todo caso, esos cambios se suceden a una velocidad más alta que en Argentina, allá las horas pasan rápido pero nunca hay prisa de nada, uno ve el reloj y son las tres de la tarde, lo miras media hora después y ya son las siete, lo juro, es un fenómeno muy extraño pero si existe, en cambio aquí las horas transcurren lentamente pero nunca hay tiempo para nada, no sé a que se deba esto.
La primera semana es confusa y después del lunes ya nada o a nadie encuentro. ¿dónde está Ursula? ¿en qué anda el chino? ¿dónde está Chema? ¿qué pasó con el gordo? Después, poco a poco y durante algunos días con sus determinados momentos, reencuentro pedacitos de esa pequeñísima vida que tenía aquí, y digo tenía porque no la tengo más, ya no pertenezco a esa vida pues he cambiado, he notado que incluso me siento extraño a mi mismo, ajeno a lo que era aquí hasta hace un mes. Me siento relajado y agradecido de encontrar mis puntos de referencia, mis lugares preferidos que aunque son viejísimos siento como si hubieran cambiado, ahora les encuentro algo nuevo, no sé que es pero ahí está esa novedad, todo eso sigue ahí para mi reencuentro: mis calles, mis mercados de chácharas (cosa que no existe en Argentina) y sobre todo mis amigos. Todas esas cosas frescas, hermosas y placenteras que caben en el verbo chelear, que aunque ya no lo hago como antes aún me quedan los ánimos para tomarme una chelita en casa.
Carajo, me doy cuenta de que no se es más chilango que cuando se vive lejos de esta ciudad. De regreso todo lo veo tan grande, tan fuera de control, tan interesante, será que ya no me siento atrapado, será que ahora soy libre y me he percatado de ello. Viviendo en el DF se pierde todo sentido de la proporción, se vuelve uno insensible a la desmesura y al caos, porque aquí lo tenemos como algo cotidiano, lo toleramos día a día. La incongruencia se tiene como algo tan normal que se termina teniendo la impresión de que se vive en una ciudad provincial, en un pueblote. Después de mucho tiempo, si somos concientes, nos damos cuenta de que vamos a los mismos lugares y se termina viendo a la misma gente, se conocen los mismos sitios y las mismas caras.
Pero en Buenos Aires, este tour de lugares y de personas se hace un poco más lento aunque las caras se vuelven conocidas casi al instante, sin embargo, al menos para mi Buenos Aires en ese sentido es un mejor lugar, todo es más pequeño, más íntimo y además, por fortuna, se hacen amigos más rápido, sobre todo con las féminas pues allá no existe la paranoia de la que sufren las mujeres mexicanas, allá uno dice hola e inmediatamente se hace acreedor a un grupo de amigos, uno puede hablar con una mujer guapísima en el tren sin problemas, uno saluda en un bar y en ese instante te ves rodeado de mujeres lindas y amigables, en cambio aquí uno quiere hacerle la plática a alguna chica y hasta parece que le estás mentando la madre, pero eso sí, la cosa cambia cuando uno va bien vestido, con una buena disposición para invitarle los tragos a una mujer extraña y además la situación se ve más favorecida si se tiene automóvil, no importa que seas un completo iditoa, lo que importa es el modelo del auto. Será que allá por cada hombre hay diez mujeres, será que por cada mujer hermosa que hay aquí allá hay quince como esa, y no lo digo por pretensión ni por nada parecido pero solo hay que caminar un día por las calles de Buenos Aires y percatarse de que tengo la razón, uno pensaría que son modelos profesionales las que aparecen en las revistas de moda en Argentina pero les juro que no, son chicas que deambulan por la calle, son las mismas que atienden los puestos de comida, las mismas que viajan en el colectivo, las mismas que venden ropa en la calle o que atienden las panaderías.
Solo aquí es donde recupero mi condición de extranjero, las barreras entre las personas desconocidas y yo son más altas y duran más tiempo. En la parranda de los argentinos basta un helado o un mate para acercar a las personas, es increíble pero lo he visto. Aquí solo grandes tragos de alcohol nos animan a entablar conversación con gente extraña, estando medianamente borrachos encontramos extremadamente simpáticas e interesantes a ciertas personas de las cuales normalmente nos mantendríamos alejados.
En México todo va bien, aparentemente. Sin embargo es duro darse cuenta que un mes después la ciudad no nos espero pero esa es la regla, es extraño ver que para la mayoría de la gente que conocíamos nos hemos convertido en una dirección de correo electrónico, unas palabras escritas en una pantalla o una voz en el teléfono; un fantasma que salió del caos y se convirtió en un costal de recuerdos etílicos y cannábicos dispersos. Ahora que lo pienso mejor me doy cuenta de muchas cosas, es duro admitirlo pero los puntos nodales que tenía en común con las personas que quiero comienzan a difuminarse. Todo esto me obliga a preguntarme por las noches ¿quién está cambiando? ¿ellos o yo? ¿ambos? ¿el mundo? ¿los países? ¿acaso este es el sentido natural de la vida?.
No lo sé de cierto pero espero encontrar la respuesta algún día, por ahora no puedo más que recordar al chico que salió del aeropuerto internacional de la ciudad de México hace un mes y al que hoy escribe estas palabras, ambos muy distintos y parecidos a la vez.
Ahí está después de todo, aquel que se enamoró tanto de la albiceleste que un día llegó hasta aquellas tierras lejanas, el jona en la tierra de los ches, ese que un día decidió partir hacia un lugar mejor, ese que añoraba por las noches un kilo de tortillas, ese mismo sujeto que añora ahora un plato de buen choripán y un tinto, el mismo que vio ciudades gigantes y enormes cloacas, el que miró anunciado en el cielo su destino y vio las marcas de la muerte en las ventanillas del avión. Y así terminó su aventura, encontrando a gente como él, lugares inimaginables y sentimientos impensados, ese es el nuevo Giallo, ese que dio un último vistazo a su tierra prometida y subió al avión que lo llevaría de regreso a casa, dejando la mitad de su corazón en ese nuevo lugar y ¿por qué no?, esperando algún día poder regresar. Del regreso de un Mundo Fantástico. Giallo Ishambao. Octubre 2005... |
