Anoche miré un documental sobre las ciudades europeas y lo que cada una de estas tiene para el deleite de la comunidad turista. Después de verlo por media hora no pude evitar sentirme un turista más, sin embargo, no fue tan reconfortante como esperaba. Es como sentirse en uno de esos tours prepagados en donde uno visita 15 capitales europeas en 16 días. Al pasar de los días se termina encontrándolas a todas parecidas, solo con diferente idioma y distintas marcas de cerveza. No obstante, algunas de las ciudades que llamaron mi atención fueron Madrid, Barcelona y Ámsterdam. Se dice que la bicicleta es uno de los mejores transportes para la locura y en Ámsterdam es lo que más se encuentra, bicicletas de todo tipo conducidas por mujeres exóticas que dejan entrever un discreto tatuaje a la altura de la espalda baja. Se puede conseguir grandes cantidades de cerveza y goma de mascar para después de haberse fumado un porro o haber consumido grandes cantidades de éxtasis o cocaína, las prostitutas pagan impuestos y carecen de esa protuberancia desagradable que simula un conato de panza, hay innumerables bares y locales que venden la prohibición y sustancias alucinógenas y el escudo de la ciudad es una triple X. Todo esto no es sino la consecuencia de donde se levanta la ciudad, consecuencias de una sociedad construida sobre el posmoderno o decadente concepto de la tolerancia. Me quiero imaginar que este fue el incentivo que provocó la metamorfosis de esta ciudad en una especie de Las Vegas en su versión más psicodélica, la más demencial. El documental mostraba a la ciudad de noche, al parecer gran porcentaje de la población es formada por turistas de todo el mundo, gente que viene seducida por el compromiso de la prohibición, el cofre de lo fortuito, es como venir a El Dorado del último siglo, multitudes de personas que se asemejan a hormigas, saliendo a explotar lo que en sus países o sus mujeres jamás permitirían. Pero en Ámsterdam al igual que en Barcelona y Madrid también existe otra noche, la otra cara de la moneda. En las plazas, cada noche se dan lugar ahí miles de jóvenes, ahí encuentran un espacio entre iguales, es como un foco de infección propiciando a la resistencia, el aguante, la mezcla exacta para dar lugar a lo que quizá pueda considerarse un movimiento revolucionario, cultural y mentalmente hablando. Quizá de este lado del charco surja el siguiente gran movimiento, lejos de los ismos preponderantes y que con el tiempo se han transformado en modas, propiciadas por las revistas del “Hola” y las baratijas de seudo movimientos contraculturales que solo generan intelectuales de pose. Desconozco si este fenómeno tiene un nombre, un origen, aún no se si en estas ciudades se cuente con una banda sonora que transmita el mensaje, tampoco se a ciencia cierta en que consista este mensaje en caso de existir. Las plazas se ven infestadas de gente, caras conocidas y chicos con pinta de artistas e intelectuales instruidos y otros tantos improvisados, pero también, como en todo movimiento está presente la policía, las plazas se ven rodeadas de ellos. No obstante, la fuerza policial, a diferencia de la América Perdida, no está ahí para reprimirlos sino para cuidarlos. Y así terminó el documental. Imágenes dignas de una película de ciencia ficción, sueños para cualquiera que no haya visitado Europa, revoluciones vertiginosas llenas de propuestas sensatas, un buen destino para cualquiera que tenga una mochila a la espalda. Un futuro cuyo futuro no se ha escrito aún, eso es lo más intrigante. Las plazas circulares y los grandes ríos que atraviesan algunas ciudades europeas parecen ser los desechos de la mítica Europa, pero ¿quiénes son la verdadera escoria? La respuesta queda abierta al eterno debate generacional. Apagué el televisor y la luz, retomé mi lugar en mi vieja cama y escuché algunas estrofas de Beth Gibbons bajo la reconfortante ilusión de que aún existen lugares, lejanos lugares en donde se intenta construir algo nuevo. En definitiva, la premisa será cruzar el océano y andar por las calles de Madrid, emborracharme en tragos de cerveza, buscar la rumba en los bares de Barcelona, bailar con las gitanas en los pueblos fronterizos franco españoles, beber buenos vinos con ácidos y pastillas de éxtasis, fumarme grandes cantidades de marihuana e ir montado en una bicicleta, en medio de la noche y cuesta abajo por la zona roja de Ámsterdam, como un gato sin dueño.
Lo mejor son las prostitutas en vitrinas de Amsterdam, que pagan impuestos.. y qué se yo.. y andar en bicicleta a cualquier hora por los diversos anillos de Amsterdam, para recordar toda la vida....
supongo que tienes razon, incluso he llegado a sospechar que esas putas de vitrina ofrecen un sentimiento mas puro que las no cobradoras, pero eso lo confirmare cuando este alla. un saludo casiopea, seguimos en contacto.
Aunque creo que nunca me llegaré a conocer por completo supongo que soy una persona sencilla, siempre le ando buscando el lado humano a las cosas aunque hay personas que creen que soy hermético, me gusta mantenerme a la expectativa de todo, creo que la vida es una aventura y no me gustaría vivirla siguiendo un mapa, mi filosofía es que en la vida te tienes que divertir, lucho a cada día por ser una persona auténtica, algunas de mis grandes fallas es que soy un orgulloso declarado y por demás rencoroso, no olvido fácilmente. Me encanta la libertad y soy amante de los momentos elaborados gracias a la virtud de una cerveza, soy algo extremista, aprendiz de todo y víctima del entorno, antihéroe despeinado y siempre con ojos de taciturno aunque sean las seis de la tarde, defensor de las causas perdidas e insaciable buscador de un mundo perfecto aunque sé que nunca he de encontrar, pensándolo bien creo que soy una persona muy compleja pero entretenida... si, creo que así soy.
Lo mejor son las prostitutas en vitrinas de Amsterdam, que pagan impuestos.. y qué se yo.. y andar en bicicleta a cualquier hora por los diversos anillos de Amsterdam, para recordar toda la vida....