He dormido y despertado en circuitos laberínticos de mí mismo. Escucho a Sting con su voz melancólica y su acento inglés casi perfecto, con esa perfección en pronunciación que solo los ingleses logran, en lugar de pronunciar vulgarmente “jeart” (corazón) lo dicen con una sutileza casi intangible “jadt” lo cual me produce un sentimiento vago de estar caminando bajo los días nublados en calles congeladas de Inglaterra.
Hoy llegué a la conclusión de que soy un sujeto maniaco depresivo, que amo los emparedados con nutela pero que en verdad llegan a irritarme cuando están hechos con pan integral, ese maldito pan que sabe a papel periódico masticado y mal engullido. Me inclino demasiado a las películas sin final feliz y he notado que muevo la boca y hago especies de muecas con los labios cuando me siento nervioso.

Disfruto de mi soledad en el cine, nada me hace sentir más tranquilo que ver una película en el cine sin compañía, entiendo que no todos están preparados para mi franqueza y he decidido mentir un poco más y ser más hipócrita aún.
Pero ¿cómo llegué a este estado evolutivo de impaciencia? Bien, vamos por partes.
Hasta hace una semana todo iba bien, todo era perfecto, pero algo sucedió. No sé bien que ocurrió, quizá fue tanta cerveza consumida o el pedazo de queso en mal estado que comí una tarde de viernes, quizá fue el mal clima o la lluvia que me mojaba esporádicamente, demasiadas dosis de buen humor, pudo haber sido todo o pudo haber sido nada. Aún sigo buscando el motivo.
De repente y de una manera vertiginosa todo acabó mal, la película se detuvo en un fotograma con una imagen grotesca en blanco y negro, lo peor del caso es que nadie hizo nada para cambiarla. Este fue el momento en que sospeché que todo se iba a ir a la mierda, es de esos momentos en que identificas que es el principio del fin. Para mi ocurrió en el aeropuerto un domingo por la mañana.

Sting sigue cantando y yo miro una película de Jude Law con la que me siento identificado, creo que ha llegado el momento de replantearme mi lugar en la vida y en el mundo. Siempre he creído que mi problema es que me enamoro 150 veces al día, demasiado para un pobre sujeto nauseabundo de tristeza como yo, me enamoro cada cinco minutos, cada que huelo el aroma de una mujer, cada que rozo el cabello de la chica del asiento de adelante, cada que miro un cuello delicado adornado apenas por un par de arracadas frívolas, me enamoro a la menor provocación, al menor roce, cuando voy por las calles mojadas y miro a una mujer con su abrigo negro y una bufanda contorneando su garganta. Todo ocurre tan rápido que no tengo tiempo para nada, ni para mi ni para ellas ni para nadie más. Todo sucede a una velocidad surrealista.

Todo era perfecto pero algo sucedió. El sábado por la mañana me sentía mal y llegué muy temprano a la clase de inglés, me la he hecho solo en el baño para balancear la temple y la borrachera de la noche anterior, al parecer funcionó. El día me hizo un corto circuito en el cerebro, perfección en contraste con el caos a la vuelta de la esquina, es parecido a las relaciones de pareja. Recordé a una ex novia, todo era maravilloso al principio hasta que vinieron los problemas, las discusiones y los insultos. Su problema era que no sabía cuando detenerse, la demencia se la inyectaba en grandes cantidades de alcohol y porros nocturnos. Cabe mencionar que era una mujer bellísima, en verdad muy bella. Un cuerpo perfecto que me pedía afecto por las noches y un par de ojos delineados con rimel color azul. Siempre supe de que estábamos hablando o al menos eso creía, a menudo la vinculaba inconscientemente con la escultura de Afrodita. Un día vi un documental acerca de la escultura de Afrodita, bella, una estética femenina sutil, su perfección era casi irritable, me enamoré al instante, sin embargo, cuando la cámara hacía acercamientos se podían notar las miles de estrías, rupturas y grietas que de a poco fueron erosionando mi concepción sobre su belleza y estética, imperfecciones al ras que sólo se podían detectar cuando te acercabas lo suficiente. Eso pasaba con aquélla ex novia y creo que eso es lo que está ocurriendo con mi vida en estos instantes.

Es el virus de la madrugada que se ha colado por mis poros, sin negar que escribo por encargo para huérfanos de calor, tan amargos y sensatos como yo. Y me dan ganas de conocer a más gente, seguir conociendo a las chicas de turno, a la que me sigue y me toca, y reclamarle que no es posible que me acerque más a ella por lo que escribe y deja en mi computadora que por lo que me pueda contar ella en un café, aconsejarle que se cuelgue de quien la quiera, decirle que no muera mas que por amor y que se quede a mirar salir el sol después de despertar juntos en una cama abandonada. Yo por mientras no le cierro la ventana a la aurora que rompe el cristal, estoy creciendo lo que tenga que crecer, todos los días tomo un vaso con clorofila de la soledad y me dirijo a mi trabajo, espero los sucesos extraños de la semana y trato de pegarme un libro cada quince días.
Ya no creo tanto en el amor como en la suerte y miro la tiza de tus ojos en la fotografía que me prometí quemar alguna vez. He hecho un balance de todo lo que tengo y lo que no tengo, me siento un poco mezquino con todas las mujeres a las que he conocido, con todo lo que me dejaron y todo lo que desperdicié por pensar en improvisar un poco. Creo que necesito a un amigo con quien pueda hablar, el problema es que ya no tengo más amigos, solo tengo un par de buenos zapatos y algo de ropa fina, buenas corbatas y eventualmente un auto en el que solo me detengo para llorar mi insuficiencia personal mientras la lluvia opaca los cristales, tengo 25 años y sigo soltero y sin compromiso alguno, no dependo de nadie y nadie depende de mi, soy libre como una gota de lluvia, sin embargo, por momentos me falta algo importante, algo de mucho peso para cualquiera, de momentos me hace falta la paz mental y si no tienes eso todo lo demás no te sirve para nada. Es momento de evacuar las veladas y mirar la media luna que se asoma a la ventana, buscar esa paz que me falta por momentos y procurar alargar los momentos cuando esa paz aparece en mis manos, los ratos en que no me procuro y me desconecto en el bar de la esquina. Si, pensándolo bien es momento de dar otro paso antes de que salga el siguiente sol, antes de que las grietas empiecen a aparecer en el ahora que es el principio del final.

Giallo I. Escribiendo de cara al final de los días.

Junio del 2006...