Mi estrés ha llegado a su límite, a los confines del dolor y la crudeza de mis movimientos. No entiendo que es lo que está pasando, puede ser que duerma en una posición incómoda pero creo más en la posibilidad de que llevo una doble vida. No duermo, no descanso en mis sueños, me parece que he establecido una vida paralela entre la realidad y las tensiones oníricas de un ser detestablemente humano como yo. Escucho el blues nostálgico de Rufus Thomas y a La Renga intercaladamente para tratar de despertar de este letargo, esta agonía de estar insoportablemente vivo. El domingo me ha caído de peso en el las expectativas y en el estómago, no ha parado de llover y me caga, en verdad me caga salir a las calles y mojarme con cada paso que doy. No hay oportunidad de hacer nada, de leer nada, todo esta tan frío y húmedo, tan olvidado de la mano de un dios imaginario. Daría cualquier cosa por estar en estos momentos en algún motel, haciéndole el amor a una mujer bajo esas sábanas que han escuchado tantas promesas de amor desgarrado con eyaculaciones y orgasmos continuos. Pero a cambio de eso estoy en la calle esquivando charcos de agua puerca, el paraguas ya no es suficiente, los pantalones mojados hasta las rodillas y las ilusiones al fondo de los zapatos. Llego a la oficina y miro por la ventana, gotas infinitas que no paran de caer, provenientes de un cielo cada vez más lejano y más alto, no puedo distinguir el origen de las gotas de agua helada, solo aparecen simplemente, de la nada, sin razón y sin motivo como las paredes que nacen en mi destino plagado por el color negro del alquitrán. Ahora suena el ritmo inconfundible de Del Paxton, los acordes de un Jazz improvisado y pulcro, divino, parecen ser cómplices del mal tiempo y el buen clima mientras por la ventana no aparece el mejor índice de que las cosas vayan a mejorar. La lluvia tampoco cesará por el momento. El frío me ha calado las rodillas y me ha hecho recordar muchas cosas, desde los viajes imaginarios en una taza de café hasta las largas caminatas por las calles inundadas de Buenos Aires, creo que la infinita totalidad de grises en el cielo siempre me ha seguido, me atrae y al parecer le atraigo, siempre tengo días nublados y lluviosos y siempre me ha tocado caminar debajo de ellos. El sábado no fue la excepción, fui a buscar un par de discos (que no encontré) y la lluvia y el frío volvieron a hacerme compañía. Utilizo el verbo “cagar” para describir que en verdad me disgusta caminar bajo la lluvia... me caga caminar bajo la lluvia y más cuando la caminata es inútil. En la tienda de discos una chica muy guapa trataba de venderme un par de discos de música electrónica, creo que ni su plática ni la firmeza de sus nalgas fueron lo suficientemente convincentes para que yo le comprara aunque sea un disco. Demasiado plástico para mi gusto, demasiada cara bonita pero había lagunas abundantes en donde supongo debiera estar su cerebro. La barba me sigue creciendo en igual proporción a las gotas de lluvia que caen por minuto. Voy cuesta arriba sobre las calles de Tacubaya y Santa Fé, ríos cruzados de agua de lluvia se mecen por las suelas de mis zapatos cansados, mis pasos hacen ecos encharcados y a la orilla de mi camino miro una anforita abandonada. Me hace pensar en mi y me surgen miles de preguntas sin respuestas. ¿cómo llegó esa anforita a ese lugar? ¿quién fue el último que le dio un trago? ¿qué había dentro de la mente de este hombre? ¿acaso tormento o venganza? Sin lugar a duda la anforita no perteneció a lo que todos concebimos como un hombre de éxito, un hombre con una posición social y un auto del año, un traje lujoso y un aroma de Hugo Boss, sin duda esta clase de hombres son demasiado zafios como para querer arriesgarse a explorar los recovecos más hondos y oscuros de su psiquis, de su natura humana. Son los olvidados, los fracasados, los que nunca pudieron encontrar a la persona amada o los que se han olvidado de hacerlo, los que solo trastabillan y van girando en torno a las cantinas, aferrados a su anforita de agua ardiente. En ellos me identifico, con ellos he establecido un pacto secreto, una efímera hermandad. He concebido la vida sin la mentira y me he encontrado con que es negra en casi su totalidad. Somos los seres sin alma, los insurrectos, somos los malditos los que nos aferramos a una anforita mientras escuchamos al Real de Catorce y vemos pasar la vida de los demás, de los que no están enterados, de los que no se quieren enterar, de los que no han arriesgado y por tanto no han perdido. Me considero un perdedor de medio tiempo, por las noches soy inmune en mis sueños y me hago consciente de la maldición que padezco, es como una enfermedad, una lepra que no me suelta. Divago entre el tequila y los mariachis y por momentos me siento en el cielo, por destellos parece que estoy a la altura de ese dios rencoroso y miserable que no sabe aceptar que le he ganado la última partida de poker, que por rabia se desquita y me condena a noches lluviosas por toda mi eternidad. ¿cuánto dura una eternidad? No son más que las mismas preguntas sin respuesta. No es más que una puta, una quimera que aún no se descifrar. Existe un proverbio chino que dice: “tengo un libro, en cuanto descubra como abrirlo estaré listo para leerlo” no sé cuanto de sentido me quede para entenderlo, solo sé que miré por la ventana para buscar una respuesta y tristemente me di cuenta de no hay el menor índice de que las cosas vayan a mejorar. La lluvia tampoco cesará por esta noche.
Giallo I. Noches de Lluvia Etrena. Julio 2006... |