 "los perros de la noche aullan de hambre,de pena, de ganas. mis sueños son su alimento, mi miseria es su alegría"
Es el último viernes del año 2006 y yo camino por las calles buscando algo que me cambie el rumbo. Sólo me encuentro el frío de diciembre y el ambiente navideño con su amor de temporada me produce asco. Recibo la llamada de mis amigos que quieren tomar un trago, quieren festejar la salida de este año inmundo, el término de las calamidades. Algo me dice que el siguiente año es el bueno.
Entramos en algún tabledance barato, los cadeneros no son más que pequeños idiotas con algo de poder, se comportan como tales y me revisan cual si fuera un delincuente –es una revisión de rutina amigo- me dice un tipo mirándome con desafío, si supieras que tengo en la cartera un porro, pienso y luego sonrío.
En este sitio no hay lugar para la ternura, para las caricias., de hecho ya hay pocos, minúsculos lugares para eso. Acá todo pasa tan rápido como un ladrón en fuga, nada ni nadie tiene memoria, somos relámpagos sin rumbo. Una mujer baila con un tipo gordo que no deja de lamerle el cuello, diviso en medio de la oscuridad y luces de neón, entre el humo y el sonido estridente de una canción de Maná. Voy a los baños y encuentro rostros borrachos, desangelados, son una mala caricatura de la decadencia, mujeres desnudas deambulan alrededor de mi. En otra mesa hay una chica delgada acompañada por tres hombres que la cortejan, uno de ellos la abraza y fuma su cigarro con actitud de triunfador, aunque el triunfo le dure mientras tenga suficiente plata en la cartera. Ella tiene la sonrisa del diablo al ver dinero y alcanzo a escuchar un –no papacitos, el que no compra no magulla- toda la escena me parece un chiste desafortunado y este día no tengo ánimos de celebrar mi humor negro. Se acaba el año y aunque mantengo el humor positivo, todo augura que el 2007 nos pasará la factura porque la gran mayoría de la población eligió a un títere avaro como presidente. Después una mujer en corsetería negra choca conmigo y despierto de otro mal viaje, acaba de salir del baño y su sonrisa parecida a un Wason me produce escalofríos en lugar de despertar mis intenciones carnales, -¿me invitas una copa guapo?- me pregunta haciéndome una caricia en mi mejilla derecha, yo solo sigo mi camino y justo al pasar la puerta del baño alcanzo a escucharla –por lo menos contéstame, pinche mamón- y yo me veo en el espejo y me sonrío, no llevo ni diez minutos en este lugar y ya he ganado simpatías. El sujeto que atiende el baño no hace mucho caso, solo se limita a dejar pequeños trozos de papel para secarse las manos, noto que está leyendo alguno de los tantos libros de Carlos Cuahutemoc Sanchez que habla sobre el amor, tiempo perdido pienso, aquí no hay lugar para muchas cosas, en especial para el amor, un sentimiento tan fétido como el odio o los celos. Creo que en diferente medida, todos somos buscadores de tesoros perdidos, buscadores de algo que nos salve de nosotros mismos, que nos salve del terrible acto de caminar sin un destino fijo, sin la certeza de un llegar determinado.
Regreso a mi mesa y uno de mis amigos platica con una chica, tiene los brazos delgados y celulitis en las piernas pero seguramente en una noche gana más plata de la que yo gano en todo el año. Tampoco para de fumar -¿quieres que te presente a una amiga?- me pegunta con una voz fingidamente seductora, llama a alguien antes de que yo pueda contestar, le grita a una tal Aurora y yo le detengo el brazo con suavidad y firmeza al mismo tiempo -¿Por qué no quieres que le llame?- pienso por un segundo en una respuesta inteligente –es que soy muy tímido y me cohíbo ante la belleza- aunque en realidad en ese tugurio no he visto a una sola mujer que valga la pena. No tengo una puta idea de porque sigo aquí aunque mis amigos parecen divertirse. Me tomo una cerveza, una de las más caras que me he tomado en todo el año, llega otra chica que parece tener una mascara, se acerca más y veo que en realidad es una plasta de maquillaje mal elaborado, me pide un cigarro y se sienta en mis piernas, toma el cigarro con confianza y ni siquiera las gracias me da -¿me invitas una copa?- y yo ya me siento hasta la madre de la misma puta pregunta, no es el lugar, no son las putas que me formulan la cuestión en sí, es solo el procedimiento, cuando será el bendito día que llegué una mujer cualquiera y me diga –oye, te invito un trago ¿Qué dices?- aunque es más probable que me vuelva millonario antes de que ocurra eso. Después de mi negativa la chica se va y me mira como pensando que soy un pésimo negocio, pero antes se asegura de robarme otro cigarro –cuando estés de buenas me buscas- me advierte como sentenciándome, no estoy de malas, mi humor es inmejorable, es solo que nunca se me ha dado por regalar el dinero que me cuesta tantos desvelos ganar. Se retira con un tono de mujer fatal y peligrosa que no cuadra con sus brazos gordos y su cintura voluminosa.
Súbitamente suena “Nothing else matters”, la voz de James Hetfield me reconforta un poco y sube al escenario Adriana, una mujer guapa y delgada que aparenta unos treinta bien llevados, un vestido diminuto color verde disimula su desnudez, muestra sus dotes de artista del performance, sus movimientos en el tubo son precisos y certeros, no es ninguna improvisada, es una artista del encanto, una profesional de las mujeres inalcanzables. Se desvive en el baile hasta quedar completamente desnuda, deja al intemperie un par de senos breves y una vagina totalmente depilada, un pequeño piercing colgando del ombligo y una mirada de ninfómana desenfrenada.
Al momento toda la sarta de borrachines quedan hipnotizados ante tal muestra de belleza inconmesurable, ante el olor a sexo de esa diosa del encanto mientras ella se contonea, se revuelve en el suelo e introduce hielos en su vagina que salen reducidos a pequeñas gotas de agua, por momentos se masturba y todos quedan atónitos ante la imagen de una feminidad prohibida, de ahora en adelante la canción de Metallica no volverá a ser la misma para mi. La perrada se alsa en aplausos, gritos y silbidos, Adriana se ha hecho su noche y seguramente los aplausos se verán reflejados en las ganancias de esa velada. Todo el mundo quiere tener a Adriana sentada en su mesa, pero ella solo está reservada para los clientes que paguen más, una manada de borrachos con sombreros norteños la lleva a su mesa, el más gordo de ellos la abraza e intenta conquistarla, aunque realmente lo que quiere es introducirle mas hielos y con mucha suerte introducirle algo más.
Son hombres comunes y yo los compadezco, todos nos compadecemos, todos somos cómplices en ese momento, pero yo pude ver algo más, mientras estos perros de la noche solo ven el morbo entre sus piernas yo admiro los secretos de todas las mujeres a las que nunca he tenido, la imagen íntima de las mujeres que nunca tendré y me doy pena.
Apuro la cerveza de un trago y me largo a la chingada, estoy muy viejo y cansado para estas cosas, la belleza de Adriana me ha revolcado por el fango, dejo 100 pesos sobre la mesa y el capitan de meseros aparece para llevarle a la salida, un tipo tan elegante como un mago ridículo venido de las Vegas. El dandy del traje polvoso y de grandes solapas me conduce por las escaleras de salida y vuelvo a ver a la tipa del baño, ahora bebe con un tipo un poco más perdedor que yo mientras pienso en una metáfora desesperanzada. El ruido de la calle me da la bienvenida y camino calle abajo iluminado por el anuncio de neón del lugar, como un perro sin dueño. Miro al cielo y por un momento me dan ganas de volar, pero los pies de plomo no me lo permiten, será que los dioses me aborrecen, será que tengo membresía en el infierno. Es como ver el principio del fin, es como escuchar el silencio que antecede al caos pero sigo esperando que el año que viene traiga mejores cosas. Dejo de pensar por un momento y escucho al Real de catorce, me pierdo entre el rojo de los semáforos de la madrugada mientras una voz melancólica y aguardientosa me susurra al oído.
Al rojo de la tarde/ se eleva una silueta/ murmura una tonada/ la llave está en la puerta/ sentada y casi a oscuras/ tocando el piano/ hasta el final… Giallo I. En el último bondi de enero. 2007...
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La vida tiene un chingo de jugarretas que nos hacen verla como una porquería, un vacío que irónicamente lo ha llenado -casi- todo.
Pero lo bueno de todo, es que también las estrellas de la noche pueden alumbrar.
Un saludo de mi y la Sarajuana.
=D