Verónica trabaja como promotora de yogurts y a veces la contratan para promocionar una nueva marca de tequila o algún licor barato, pasa más de 8 horas de pie en los supermercados pero cuando se va de antro los fines de semana presume que trabaja como modelo. Hace un año que dejo la escuela, desertó de la preparatoria argumentando que no entendía nada de matemáticas ni de literatura universal y que a fin de cuentas, no eran materias que fuera a utilizar en su vida. Verónica es alta y delgada, cabello castaño y sus ojos cambian de color dependiendo del día de la semana, piel blanca y rasgos afinados, guapa como muchas y tonta como pocas. A sus 19 años ya parece de 23 y se sabe hermosa, quizá por ello se comporta cual diva de revistas de papel couché. Le gusta asistir al gimnasio 2 veces por semana, viste con ropa entallada y diminutas blusas que dejan ver su abdomen y su ombligo adornado con el piercing de moda, se ha comprado unas gafas oscuras imitación Gucci que no se quita así el día esté completamente nublado. Cuando va caminando por la calle acapara las miradas y desata pensamientos de lujuria. Nunca le ha gustado trabajar pero entiende que la paga como edecán no es del todo mala, aunque ya tenga cayos y dolores en los pies por estar tanto tiempo de pie con tacones excesivos. Nunca ha asistido a una exposición de Goya o a algún museo, aunque tampoco le interesa, lo que a ella le importa es salir de antro cada fin de semana y visitar los mejores centros nocturnos con sus amigas de la escuela, gasta excesivas sumas de dinero que nunca paga ella, no tiene esa capacidad adquisitiva y de no ser por algún chico ocasional jamás la tendría. Es una coleccionista de corazones, intercambia su cuenta por un número de teléfono falso. Cuando llega al “Ambrosía” o al “Freedom” llama la atención porque la belleza siempre aturde, también por sus jeans ajustados, por las tiras de la tanga que dejan entrever sus pantalones a la cadera y por las poses seductoras. Cada sábado se emborracha con vodka rebajado y si quiere, se acuesta con el tipo que ella elija, aunque después no se acuerden de ella. Aspira a conocer a algún niño rico que se enamore de ella, que la pasee en un buen auto y le regale cosas costosas. Verónica tiene un par de novios pero ninguno sabe de la existencia del otro. También ha coqueteado con Javier, el dueño de la agencia. Lo que más le gusta de el es su aroma a lociones costosas y su buen gusto para vestir, ha escuchado que tiene ascendencia italiana y muchas veces se ha imaginado viviendo en Roma, pero él sale con Vanesa, la más guapa de la agencia. A Verónica le molesta pasar por la esquina de su cuadra, cada vez que lo hace los chicos le chiflan y la piropean, “son unos nacos” piensa ella y se queja con su madre. A menudo se les ve por la calle y parecen amigas, cómplices la una de la otra, aferradas con el sueño de salir de ese barrio popular. Sin embargo, Verónica solo piensa en escapar, nunca ha pensado en un futuro acompañado de su madre y sus dos hermanos menores. Ya no quiere viajar en camiones ni colectivos, esta harta de viajar en el Metro y sentir como los hombres lujuriosos se le pegan más al cuerpo como una oleada de sanguijuelas. Por eso se siente realizada cuando alguien la invita a salir en un buen autos, cuando camina largas horas por los centro comerciales. Sus anhelos parecen fotografías sacados de postales de países europeos, sus sueños son un catálogo de viajes con todo incluido, su vida está tan vacía que sus esperanzas se asemejan a los anuncios incluidos en las revistas de Hola, sueña con una vida que se parezca un poco a esas fotografías de la revista People. Quiere lograrlo, en verdad que lo quiere, no importa el precio, aunque tenga que empeñar la moral, subastar la vergüenza y alquilarse de tiempo completo. Alguna vez en el supermercado se le acercó un tipo un poco excéntrico, le dijo que era representante de modelos y que le gustaría hacerle una sesión fotográfica. Ella tomó su tarjeta y una semana después le llamó. Después de una salida ocasional y unos cuantos tragos Verónica se despojó de la ropa y pasó la prueba. Pero nunca vio publicadas sus fotos y jamás firmó un contrato.
Pasó el tiempo y desde hace mucho no he vuelto a saber de la bella Verónica. A veces suelo recordar el amorío que tuvimos antes de que se volviera la dueña de una “fama” imaginaria y me dejara por un tipo que según ella tenía mejores expectativas de vida, lo cierto es que solo tenía un auto de agencia. Anoche me encontré al amigo de un amigo, tenía mucho tiempo de no verlo y de entre la plática surgió el tema de Verónica, dice que se la encontró trabajando en un Table Dance, que le invitó un par de tragos y que ahora ya es rubia, que perdí mucho de aquella figura de modelo que tenía y que ya carga con 2 hijos. Vive con el dueño del lugar que al parecer también anda metido en negocios turbios con estupefacientes, no se queja pero de vez en cuando llora amargamente por las noches, supongo que está un poco alejada de la vida que se diseñó basada en revistas de alta sociedad. Sigue con los vicios de tener un novio y un amante, pero ninguno de los dos piensa en casarse con ella. Hay mujeres que simplemente no nacieron para ser tomadas en serio. Aún la imagino con su cabello largo y su figura delgada mientras escucho una canción del viejo Sabina: Ahora es demasiado tarde princesa/ búscate otro perro que te ladre princesa/ ¿con que ley condenarte?/ si somos juez y parte todos de tus andanzas/ ya no puedo seguirte en tu viaje/ cuantas veces hubiera dado la vida entera/ porque tu me pidieras cargarte el equipaje/ ahora es demasiado tarde princesa/ búscate otro perro que te ladre princesa. Ahora que lo pienso me fumo un cigarro y me es inevitable sentir tristeza por todas esas princesas que viven en sus palacios de hielo y que tarde o temprano se evaporan, igual que sus anhelos. Giallo I. Noviembre 2006...
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De esas chicas hay donde quiera, son muy comunes hoy en día, solo que algunas si corren con suerte... bah! soy tan simple que prefiero un tipo que me ame ¿acaso eso es malo?
Saludos.