No hay nada peor que el maldito virus del escritor al detenerse ante una hoja blanca, nada tiene tanto poder para detener a una mente suspicaz como lo puede tener una simple hoja en blanco. Hace días que no he escrito nada, me carcomen las ansias y me siento infectado por el sentimiento del olvido, un sentimiento mudo y podrido que me tiene encadenado hasta las entrañas. Cada noche duermo menos y cada día fumo más, me entero de que Al Qaeda se dispone a atacar México y en vez de alarmarme me causa un sentimiento de alivio. Quizá sea el tónico perfecto para salir de esta mierda cotidiana. Últimamente he visto muchos cambios, algunos pensé que nunca ocurrirían y otros tantos ya los veía venir, desde el fondo de mi recámara suena un piano viejo con la voz de Sabina cantando algún tango, me hace recordar cosas que por momentos pienso que sería mejor dejar atrás, no se si sea incapacidad o simplemente no he querido hacerlo, es un vicio parecido al del fumador o el del bebedor, se quiere dejar pero no se puede o al contrario, se puede pero no se quiere, en el mejor de los casos ni se quiere y ni se puede, esa es la fórmula perfecta para vivir una vida con una tranquilidad absoluta. Luego vienen los jueves, me irritan los días jueves, es el día en que me siento más cansado, los jueves en la mañana mi jefe me molesta por no tener puesta la corbata, hace días que dejé de usar corbata pero sólo los jueves me lo recuerdan –deja de ser desordenado- me repite con insistencia aunque no creo que logre comprender que ser desordenado es mi forma natural de ser, es como pedirle a un hombre gay que deje de ser gay, es como pedirle a un melómano que deje de robar, no se puede ir contra la natura del ser humano, contra la naturaleza de un individuo ¿se le puede pedir a alguien acaso que deje de ser lo que se es por naturaleza? Hasta ayer estaba preocupado por mi falta de escritos, no es falta de convicción ni de disciplina me repito con serenidad, es simplemente que no he visto la manera de contar tanta porquería que llevo a cuestas, a veces es como un cuello de botella que se atasca, a veces no puedo teclear aunque sienta la infinita necesidad de hacerlo. Siempre he creído que los escritos no deben forzarse, no hay momentos para escribir, bien me puede suceder en la cafetería, contarme una historia y escribirla en un trozo de servilleta o bien puedo dejar de escribir por meses, no hay manera de determinar y gestionar una periodicidad para un escrito, este debe reposarse como una botella de tequila, debe añejarse como el vino o el brandy, pero debe salir a la luz en el momento preciso. Llegué a esa conclusión mientras veía “jóvenes prodigiosos” de Curtis Hanson, aunque la película carece totalmente de fuerza cómica y contiene una mala progresión dramática me parece muy sincera, como un chocolate mientras me tumbo en el suelo y Michale Douglas repite en su speech: “¿a quién le importa lo que escribes? ¿quién tiene el método exacto del como escribir? No importa porque la mayoría de la gente no piensa y los pocos que lo hacen no piensan en la literatura…” y entendí la sinceridad del diálogo, entendí que quizá nunca publique un libro o tal vez esto de escribir no sea lo mío, después de todo nunca he sido bueno para inventarme historias, soy muy viejo para comenzar y muy joven para retirarme. Entonces me sirvo otro trago, el tercero de la noche, me reflejo en el vaso y nuevamente encaro el efecto de la hoja en blanco, se me ocurren un par de líneas y pienso en Eusebio Ruvalcaba mientras afirma que para escribir es necesario auto complacerse con un poco de dolor, el escritor es un masoquista por excelencia, cualquier persona que no pueda abrirse las heridas es incapaz de parir un par de líneas, sinceras al menos, quizá por eso considero a la comunidad de escritores como una rebelión de personas insurrectas, de gente atormentada, quizá es por eso que somos tan aficionados al alcohol, para redimir las penas, para despertarlas y apaciguarlas a la vez, los viejos fantasmas que nunca hemos de superar, brindamos con ellos con el fin de que nos dejen vivir una noche más, profesionales de la botella vacía en busca de la paz eterna. Pienso en Henry Chinansky y hasta lo llego a comprender un poco, no creo en los escritores exitosos, apuesto por los que escriben derrotados en la esquina de alguna calle abandonada, creo en los no reconocidos, los que son capaces de mirarse al espejo y decir –soy un esperpento de hombre- pues en ellos me inspiro, por eso me predispongo al éxito, es la droga de nuestro siglo y hay mucha gente allá afuera dispuesta a pagar lo que sea por conseguirlo, lo cual está bien para el hombre compón, pero no para mi. Y sin embargo hay algo que está mal, que sigue estando roto, lo he sentido desde hace mucho, no se que es pero se que algo no está bien, me fumo un porro y olvido un poco la repetición de las fórmulas gastadas, “White Rabbit” suena en el fondo y el efecto de mi droga me hace levitar siguiendo al conejo imaginario que destila mi cerebro. Ya no importa lo que escriba, rememoro a Michale Douglas, quizá nunca ha importado, solo importa seguir al conejo blanco que me llevará a otro mundo, un mundo más honesto espero, un mundo alejado del virus de las hojas en blanco. Giallo In White. Febrero 2007... |