Hace tiempo pensé:
Alguna vez me enfermé, tenía una gripe descomunal y no tuve más remedio que quedarme enclaustrado en mi casa por una semana. Los días me parecían interminables, dolor de cabeza y cuerpo cortado, comprimidos y jarabes y algunas buenas rolas para aminorar la desesperanza, entre ellas estaba el maestro Sabina y su canción de los buenos borrachos para alivianarme de la soledad. Entre ese rincón de discos que tengo me encontré con algunos buenos temas olvidados, apareció de la nada un disco del Social Distorsion y aún me pregunto si aquello fue una señal, mera casualidad o suerte. Sex, love and rock and roll retumbaba en mi cabeza y cuando Mike Ness se perdía entre sus acordes de guitarra a mil por hora, cantando esa línea que dice: nunca pensé que no había futuro/ es sólo el rodar de los dados/ mi mente salió volando hacia la película de Casino y Robert de Niro arrojando los dados de la muerte desencantada. Recordé también a un tipo llamado Pug Pearson, un viejo jugador que alguna vez dijo algo que para mi tiene mucho sentido en la actualidad: no puedes saber ni cuándo ni cómo van a suceder las cosas, solo tienes que atravesarlas lo mejor que puedas con tu habilidad. Me puse a investigar acerca de él y descubrí que vive en una casa en las afueras de la ciudad hace ya más de cincuenta años, fue bolero en los casinos y desde entonces vive del juego. Se ganó a pulso el título de jugador profesional, su fotografía con nombre se muestra en el salón de la fama del Horseshoe. También descubrí, en contra de lo que esperaba, que el tipo no es millonario, al menos no en plata pero si en conocimiento y sabiduría y al menos lo es para mi. Leí en una entrevista que le hicieron una frase inolvidable, una de las cuales le dan sentido a mi vida actual: déjame decirte algo (y hace una pausa para encender un puro) “La vida es noventa y nueve por ciento suerte y uno por ciento habilidad”
Días después me recuperé pero mi suerte no había cambiado, hoy pienso que soy uno de esos nacidos para perder e incluso ya me he adaptado a desempeñar ese papel. Me gusta. Uno le va tomando aprecio a esas pequeñeces de la vida cuando les encuentras algo de sentido. Después de ello encontré un trabajo más o menos estable aunque a veces me siento como un animal en cautiverio, encerrado en el umbral, en el mundo de las oficinas y de los esclavos de cuello blanco, hay mañanas en las que aborrezco sentirme así. Sin embargo, también he probado los licores del mundo del desempleado, en los primeros días eso resulta totalmente placentero, inocuo por llamarlo de alguna manera, pero poco a poco vas entrando a un mundo paralelo en lo que todo parece moverse más lento. Me daba la impresión de que el tiempo se movía más lento para mi, el suceso de unas larguísimas vacaciones involuntarias, mis ciclos interiores se alteraron por completo. Mis horarios, mis pensamientos, mis sentimientos, mis hábitos, mi sentido del humor es lo único que siempre se ha mantenido en su lugar, siempre ha sido negro y corrosivo.
Harto de tanto andar sin ir a ningún sitio le busqué una función a mi vida. Los días los dedicaba a buscar una nueva chamba y por las noches me dedicaba a escribir y a dibujar, tratando de drenar de alguna manera toda la porquería que tenía en mi cabeza. Así pasé meses, sobreviviendo con lo que encontrara.
Entonces algo inesperado sucedió, llegó una segunda oportunidad de jugar y apostar, de lanzar nuevamente los dados como De Niro. Una oportunidad de hacer dinero fácil llegó a mis manos, la oportunidad venía acompañada de tipos que no conocía y eso de ninguna manera podía tener un buen resultado, no obstante, uno no se da cuenta de esas cosas. Los primeros 5 meses me fue muy bien en ese negocio, sin embargo, al cabo del sexto mes uno de los sujetos, mal encaminado por su noviecita avara nos jugó chueco y nos llevó a la quiebra. El tipo se hizo rico por supuesto pero la novia se encargó de sacarle hasta el último centavo, un mes después lo dejó por otro que tenía un PH sobre la avenida Reforma o al menos eso fue de lo que me enteré. Los demás socios de ese fallido negocio lo buscaron por semanas para hacerlo pagar todo lo que se había tranzado. Un día lo encontraron, después de mucho esconderse, se le escupió y se le golpeó, pero igual él no pagó.
La vida es una apuesta y puedes perder, cantaba Mike Ness en Winners and Losers mientras yo me iba quedando dormido por efecto de los analgésicos gripales. El teléfono sonaba una y otra vez pero yo ya estaba más que adormecido y en la transición de un blues morado y mis sueños de terciopelo. ¿eres feliz con lo que has elegido?/ ¿hay ocasiones en la vida en las que sabías que debiste quedarte?/ ¿te comprometiste y descubriste que el precio era muy alto para poder pagarlo?/ganadores y perdedores, ¿cuál de ellos serás hoy? Desde entonces yo ya estoy más que convencido de que vivimos en un casino sin lucecitas de colores ni grandes espectaculares iluminados. Para poder al menos sobrevivir en esta vida hay que elegir un juego, probar suerte y arriesgarse. Uno puede apostarle a lo que quiera, incluso a no jugar, pero hay que saber de antemano que eso no paga. Y así pasan los días en mi vida, jugando, apostando y perdiendo. Al parecer no tengo otra opción. Es como estar clavado en un millar de máquinas tragamonedas. Frente a ellas siempre pierdes y justo cuando estás a punto de retirarte para probar en otra que pague mejor, la máquina te escupe lo suficiente para que sigas jugando a perder, ojo, sólo lo suficiente. Y así se te puede ir la vida, jugando, alimentándola, los afortunados son los dueños del casino. La casa gana.
Me es inevitable pensar en esas postales de Las vegas o en esas secuencias de películas en donde aparecen miles de jubilados frente a estas máquinas, matando el tiempo jugando con el dinero de sus pensiones, gastando fichas, tiempo e ilusiones humedecidas en un vodka tonic. De repente las máquinas dejan caer un montón de monedas que se desparraman con súbito escándalo y luces multicolores y ellos las recogen, sin emoción alguna, ya saben como es esto: ganan, pero nunca recuperan lo perdido. Será que por ese motivo conservan esa expresión triste, esos ojos de muñeco inexpresivos aunque sonrían; la tristeza parece serles tan común como el mismo óxido, no importa cuantas veces lo quites, siempre reaparece y en los lugares mas insospechados.
Y así me siento, a veces, por las noches, no como un viejo oxidado pero sí tratando de recuperar el tiempo perdido. Mi tiempo perdido. Con la constante preocupación de que ya no puedo perder ni un minuto más en nadie ni en nada que no valga la pena o no tenga sentido, porque ya desperdicié demasiados años. Y la verdad tampoco creo tener tantos. El único recurso que conozco hasta este momento para quitarme el óxido es la música, mis libros y la cafeína, el balón y las bolutas de humo. Lo único que tengo claro en estos momentos es que tengo que moverme, no sé a donde, no sé cómo pero tengo que hacerlo. Y ahí esta Ness de nuevo, ahí estaba cuando desperté para mi inyección antigripal cantando en Reach for the Sky: nunca pensé que no había futuro/ es sólo el rodar de los dados/ pero llega el día en que tienes algo que perder/ justo cuando crees que has pagado tus deudas/ y dices: querido Dios ¿qué he hecho?/ y esperas que no sea muy tarde/ porque el mañana quizá nunca llegará.
Y me interno y me digo arrojando una blasfemia y dos fracasos, “quizá Pug Pearson si tenía razón después de todo, la vida es noventa y nueve por ciento suerte y uno por ciento habilidad” y no puedo dejar de pensar en ello.
Gran verdad, me tomo otro trago de café, es sólo el rodar de los dados, porque el mañana quizá nunca llegará. Gran verdad. Y la verdad siempre es triste. Hace tiempo pensé, y ahora lo recuerdo. historia de un Giallo I. febrero 2006...
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grandes verdades:
- Scorsese es muy Chingon
- De Niro también
- La suerte rige nuestras vidas
- La ley de Murphy Tambien
Chido tu post. Saludos!!