Soy un esperpento. Soy una burla, soy tu burla, lo sé. Te burlas de mi todas las noches mientras yo estoy encerrado bajo una botella de vino y tu acaso te pierdes en los brazos de un disfraz que nunca soy yo. En días como este me quiero perder. El sol se desploma implacable sobre mi cabeza, sobre mis hombros y no hay ni una pizca de nubes que lo tapen por un momento. el aire es caliente y la situación de moverme por las calles es enfermiza, demencial. La pesadez la cargo, la agonía viene a cuestas sobre mis hombros y mis piernas mientras me repito que soy una burla, una figura risoria. Siempre creo estar en el camino de algún lado y al final de un lapso de tiempo perdido caigo en cuenta de que solo hago círculos, doy vueltas a un sitio destinado a nunca llegar. Soy redundante. Creo que estoy enloqueciendo en un mundo de mierda, un mundo roto, asquerosamente real e indomable, nunca hay una buena mano de poker para los perdedores insurrectos que deambulamos por las calles. No encuentro la forma de liarme con lo poco que tengo. Me hago un vestido con todo lo que he perdido y ahora ya tiene sentido sonreír.
Las botellas ya no alcanzan, la cerveza ya me es insuficiente y las conversaciones se gastan siempre en los mismos temas y con la misma gente. Que me he hartado de eso y ahora me dan ganas de tener un revolver susurrándome en la sien, sentir el metal frío de la boquilla mientras me miro detenidamente frente al espejo mientras me digo –hay un mundo allá afuera, pero no hay lugar para ti- y jalar del gatillo. Y sentir un fuerte impacto en la cabeza, escuchar un sonido hueco y mudo, y mirar mis sesos embarrarse en el espejo y en la pared con tapiz de mi recámara, una mancha sanguinolenta y caótica formando pequeñas figuritas mientras los pedazos de cráneo resbalan hacia abajo. Ya no puedo cambiarlo, he perdido mi esencia. Estoy castrado, castrado de lo mismo y de la nada, de lo barato, castrado de las noches en que no puedo descansar y de las películas de negros matando negros, castrado de este mundo triste y celoso, ladrón y mil veces más pequeño que el mundo de “El Principito”, somos tristes y arrogantes, eternos esclavos de una vida que no da tregua a nada.
Y entonces despertar en medio de un prado, darme cuenta de que todo fue una pesadilla, una mala jugada. Escuchar crecer el pasto y mirar un atardecer más, mirar a lo lejos montañas escondidas entre brumas y abetos. Será que le pido demasiado al destino, será que el desengaño me ha podrido hasta las pupilas y me ha condenado a viajar en rutas de colectivos interminables y malolientes, repletos de mujeres con problemas de obesidad que siempre quieren llegar al último asiento empujando a todos. Hoy quiero bailar en la nave del olvido, me olvidaron mis hermanos en el hall de la estación. Hoy tengo ganas de gritarle a una morocha imaginaria que venga para dar una vuelta conmigo, salir y ver a la luna que se ha posado sobre los hechos solo para preguntarle ¿en dónde estás?.
Que Dios me ha cagado encima y que los besos no son tan dulces como me los imaginaba. Que he despertado de mi letargo y los prados han desaparecido con sus abetos y sus montañas brumosas. La tarde se ha hecho de noche y la noche se ha convertido en una mancha oscura y viscosa. La mancha se aleja y va adquiriendo un tono rojizo y me doy cuenta de que es mi sangre, es mi cerebro embarrado en la pared, es el demonio en la pared, es la pared encarnada en un demonio. La bala regresa, sale de mi cabeza y la nube de pólvora desaparece justo con su estruendo, un pequeño fogonazo se esconde dentro del revolver y solo queda la boquilla lamiéndome la sien mientras yo me veo en el espejo con el gatillo bajo mi dedo índice. Me repito que el mundo no tiene un lugar para mi y solo me queda pensar que hemos sido derrotados, nos llegó el advenimiento de las cosas sin razón. Fui vencido por las camisetas de color rosa, los Audis y los Jettas ganaron la batalla de las bicicletas y las iPods revientan cabezas sobre el mismo arte, ganaron los poemas baratos y los libros de Paulo Cohelo y Carlos Cuahutemoc Sánchez, los grilletes de metal sucumbieron ante unos más pesados, más fuertes y más coloridos, grilletes amarillos con la leyenda “livestrong” asoman bajo las mangas pegadísimas de las camisas “fenómenos astrales”. Y no me queda más que el revolver en la mano izquierda y el cansancio de siempre buscar emborracharme con vodka de sabor menta y llamar a Marruecos a las tres de la mañana. Y no me queda más que la sabiduría milenaria de un borracho de banqueta. Soy un esperpento. Soy una burla, soy tu burla, lo sé. Te burlas de mi todas las noches mientras yo permanezco atado a un mundo en donde a estas alturas ya nada me sorprendería. Giallo I. Tirado y sin cerebro. literalmente. Abril 2006. |