Alguna vez me enfermé, tenía una gripe descomunal y no tuve más remedio que quedarme enclaustrado en mi casa por una semana. Los días me parecían interminables, dolor de cabeza y cuerpo cortado, comprimidos y jarabes y algunas buenas rolas para aminorar la desesperanza, entre ellas estaba el maestro Sabina y su canción de los buenos borrachos para alivianarme de la soledad. Entre ese rincón de discos que tengo me encontré con algunos buenos temas olvidados, apareció de la nada un disco del Social Distorsion y aún me pregunto si aquello fue una señal, mera casualidad o suerte. Sex, love and rock and roll retumbaba en mi cabeza y cuando Mike Ness se perdía entre sus acordes de guitarra a mil por hora, cantando esa línea que dice: nunca pensé que no había futuro/ es sólo el rodar de los dados/ mi mente salió volando hacia la película de Casino y Robert de Niro arrojando los dados de la muerte desencantada. Recordé también a un tipo llamado Pug Pearson, un viejo jugador que alguna vez dijo algo que para mi tiene mucho sentido en la actualidad: no puedes saber ni cuándo ni cómo van a suceder las cosas, solo tienes que atravesarlas lo mejor que puedas con tu habilidad. Me puse a investigar acerca de él y descubrí que vive en una casa en las afueras de la ciudad hace ya más de cincuenta años, fue bolero en los casinos y desde entonces vive del juego. Se ganó a pulso el título de jugador profesional, su fotografía con nombre se muestra en el salón de la fama del Horseshoe. También descubrí, en contra de lo que esperaba, que el tipo no es millonario, al menos no en plata pero si en conocimiento y sabiduría y al menos lo es para mi. Leí en una entrevista que le hicieron una frase inolvidable, una de las cuales le dan sentido a mi vida actual: déjame decirte algo (y hace una pausa para encender un puro) “La vida es noventa y nueve por ciento suerte y uno por ciento habilidad”
Días después me recuperé pero mi suerte no había cambiado, hoy pienso que soy uno de esos nacidos para perder e incluso ya me he adaptado a desempeñar ese papel. Me gusta. Uno le va tomando aprecio a esas pequeñeces de la vida cuando les encuentras algo de sentido. Después de ello encontré un trabajo más o menos estable aunque a veces me siento como un animal en cautiverio, encerrado en el umbral, en el mundo de las oficinas y de los esclavos de cuello blanco, hay mañanas en las que aborrezco sentirme así. Sin embargo, también he probado los licores del mundo del desempleado, en los primeros días eso resulta totalmente placentero, inocuo por llamarlo de alguna manera, pero poco a poco vas entrando a un mundo paralelo en lo que todo parece moverse más lento. Me daba la impresión de que el tiempo se movía más lento para mi, el suceso de unas larguísimas vacaciones involuntarias, mis ciclos interiores se alteraron por completo. Mis horarios, mis pensamientos, mis sentimientos, mis hábitos, mi sentido del humor es lo único que siempre se ha mantenido en su lugar, siempre ha sido negro y corrosivo.
Harto de tanto andar sin ir a ningún sitio le busqué una función a mi vida. Los días los dedicaba a buscar una nueva chamba y por las noches me dedicaba a escribir y a dibujar, tratando de drenar de alguna manera toda la porquería que tenía en mi cabeza. Así pasé meses, sobreviviendo con lo que encontrara.
Entonces algo inesperado sucedió, llegó una segunda oportunidad de jugar y apostar, de lanzar nuevamente los dados como De Niro. Una oportunidad de hacer dinero fácil llegó a mis manos, la oportunidad venía acompañada de tipos que no conocía y eso de ninguna manera podía tener un buen resultado, no obstante, uno no se da cuenta de esas cosas. Los primeros 5 meses me fue muy bien en ese negocio, sin embargo, al cabo del sexto mes uno de los sujetos, mal encaminado por su noviecita avara nos jugó chueco y nos llevó a la quiebra. El tipo se hizo rico por supuesto pero la novia se encargó de sacarle hasta el último centavo, un mes después lo dejó por otro que tenía un PH sobre la avenida Reforma o al menos eso fue de lo que me enteré. Los demás socios de ese fallido negocio lo buscaron por semanas para hacerlo pagar todo lo que se había tranzado. Un día lo encontraron, después de mucho esconderse, se le escupió y se le golpeó, pero igual él no pagó.
La vida es una apuesta y puedes perder, cantaba Mike Ness en Winners and Losers mientras yo me iba quedando dormido por efecto de los analgésicos gripales. El teléfono sonaba una y otra vez pero yo ya estaba más que adormecido y en la transición de un blues morado y mis sueños de terciopelo. ¿eres feliz con lo que has elegido?/ ¿hay ocasiones en la vida en las que sabías que debiste quedarte?/ ¿te comprometiste y descubriste que el precio era muy alto para poder pagarlo?/ganadores y perdedores, ¿cuál de ellos serás hoy? Desde entonces yo ya estoy más que convencido de que vivimos en un casino sin lucecitas de colores ni grandes espectaculares iluminados. Para poder al menos sobrevivir en esta vida hay que elegir un juego, probar suerte y arriesgarse. Uno puede apostarle a lo que quiera, incluso a no jugar, pero hay que saber de antemano que eso no paga. Y así pasan los días en mi vida, jugando, apostando y perdiendo. Al parecer no tengo otra opción. Es como estar clavado en un millar de máquinas tragamonedas. Frente a ellas siempre pierdes y justo cuando estás a punto de retirarte para probar en otra que pague mejor, la máquina te escupe lo suficiente para que sigas jugando a perder, ojo, sólo lo suficiente. Y así se te puede ir la vida, jugando, alimentándola, los afortunados son los dueños del casino. La casa gana.
Me es inevitable pensar en esas postales de Las vegas o en esas secuencias de películas en donde aparecen miles de jubilados frente a estas máquinas, matando el tiempo jugando con el dinero de sus pensiones, gastando fichas, tiempo e ilusiones humedecidas en un vodka tonic. De repente las máquinas dejan caer un montón de monedas que se desparraman con súbito escándalo y luces multicolores y ellos las recogen, sin emoción alguna, ya saben como es esto: ganan, pero nunca recuperan lo perdido. Será que por ese motivo conservan esa expresión triste, esos ojos de muñeco inexpresivos aunque sonrían; la tristeza parece serles tan común como el mismo óxido, no importa cuantas veces lo quites, siempre reaparece y en los lugares mas insospechados.
Y así me siento, a veces, por las noches, no como un viejo oxidado pero sí tratando de recuperar el tiempo perdido. Mi tiempo perdido. Con la constante preocupación de que ya no puedo perder ni un minuto más en nadie ni en nada que no valga la pena o no tenga sentido, porque ya desperdicié demasiados años. Y la verdad tampoco creo tener tantos. El único recurso que conozco hasta este momento para quitarme el óxido es la música, mis libros y la cafeína, el balón y las bolutas de humo. Lo único que tengo claro en estos momentos es que tengo que moverme, no sé a donde, no sé cómo pero tengo que hacerlo. Y ahí esta Ness de nuevo, ahí estaba cuando desperté para mi inyección antigripal cantando en Reach for the Sky: nunca pensé que no había futuro/ es sólo el rodar de los dados/ pero llega el día en que tienes algo que perder/ justo cuando crees que has pagado tus deudas/ y dices: querido Dios ¿qué he hecho?/ y esperas que no sea muy tarde/ porque el mañana quizá nunca llegará.
Y me interno y me digo arrojando una blasfemia y dos fracasos, “quizá Pug Pearson si tenía razón después de todo, la vida es noventa y nueve por ciento suerte y uno por ciento habilidad” y no puedo dejar de pensar en ello.
Gran verdad, me tomo otro trago de café, es sólo el rodar de los dados, porque el mañana quizá nunca llegará. Gran verdad. Y la verdad siempre es triste.
Hace tiempo pensé, y ahora lo recuerdo. historia de un Giallo I.
México, D, F. Agencia Calavera Nius... transmitiendo.
“Al pueblo de México, a los pueblos y gobiernos del mundo... hermanos: Nosotros nacimos de la noche, en ella vivimos, moriremos en ella. Pero la luz será mañana para los más, para todos aquellos que hoy lloran la noche. Para quienes se niega el día. Para todos la luz. Para todos todo.”
Y así comenzaba la fiesta que duraría poco más de dos horas y media, la entrada del ciudadano del mundo, del desaparecido, del Manu Chao que desde hace 6 años no aparecía en tierras aztecas, la entrada y su inconfundible voz con el discurso del sub comandante Marcos como fondo y estandarte de la ideología de este trotamundos contemporáneo.
Los 20 mil escuchantes se pusieron rápidamente en la misma sintonía con la declaración de la selva lacandona, ahí nos encontrábamos todos, en un lugar en donde por algunos momentos no existirían diferencias culturales ni económicas, las barreras del nacionalismo y la idiosincrasia caerían por un momento para converger en la música y el sonido evolucionado de la Radio Bemba Sound System. Para mi como para muchos, seguramente el canto de rebelión de Manu se coló inmediatamente por los poros, por la piel, por los ojos y el corazón, la emoción fue inminente, rápida y embriagante. Fue entonces cuando la música comenzó y con esta la locura de todos, el concierto comenzó con “el hoyo” canción que como lo dijo Chao: “fue escrita hace años aquí, mientras caminaba por los barrios de Tepito y la Merced”. El público no pudo más que retribuir con gritos y aplausos mientras que muchos más solo pusieron el puño derecho en alto como símbolo de rebelión, de cambio.
Yo vengo del wuoo yo yo/ Tepito y fayuca/ Yo vengo del wuoo yo yo/ De la gran ciudad/ Yo vengo del wuoo yo yo/ Esa mi bandera/ Yo vengo del wuoo yo yo/ Hirviente candela...
Esa era la señal esperada por mi y por todos después de seis años de espera, el retorno del clandestino se había cumplido quien no puedo dejar pasar un comentario emotivo para todos: “Disculpa por la ausencia México, fueron seis años que pasaron muy rápido, pero siempre estoy contigo...” y al escuchar estas palabras no se pudo hacer otra cosa más que aplaudir y gritar en medio de una fiesta descomunal que apenas daba inicio. Pero ahora no se trata de ofrecer disculpas. Ese nuevo ¡pumba! quiere ser la despedida del concierto en el Palacio de los Deportes. Un final interminable que se prolonga por casi una hora. Una larga despedida que se convierte, por obra y gracia de la improvisación y la resistencia del respetable a terminar aquello, en un concierto dentro del concierto. "¡Se acabó!, ¡se acabó!, ¡se acabó", entona el cantante. Pero el público, eufórico, le responde con un enérgico ¡noooooo!, ¡noooooo!, que rebota por toda la sala, célebre por sus rebotes. "¡Se acabó!, ¡se acabó!, ¡se acabó!", insiste el cantautor, y la gente le contesta coreando "¡Manu!, ¡Manu!, ¡Manu!"
Y la música nos conectó a todos, entre rumbas y cumbias, entre percusiones y guitarras, una mezcla cultural como por la que siempre ha abogado este controversial personaje tantas veces comparado y descrito como el Bob Marley contemporáneo. Temas como “Casa babilón” y “Por la carretera” no se hicieron esperar y aparecieron súbitamente, así, sin aviso, sin descanso, esa fiesta que duró poco más de dos horas y media en donde la Radio Bemba hizo desastres con sus ritmos europeos y americanos.
Miles de gargantas coreando a la vez las canciones de Manu, entre ellos yo, gritando y llorando con algunas canciones que han marcado mi vida, mis momentos. Canciones reconocidas desde sus agrupaciones como “Mano Negra” y “Los carayos” hasta las más reconocidas en solitario y en conjunto con su Radio Bemba Soun System, la música contra el sistema.
Fue así como llegó uno de los temas cumbres e íconos de Chao, “Señor matanza” que con su temática de protesta se hizo sonar en toda la inmensidad del palacio, acompañado claro por las palabras de Manu quien advierte: “este tema va dedicado a todas las mafias que se disfrazan de democracia, la mafia siempre será el peor enemigo de la democracia” y chiflidos y aplausos bajo una concepción real y global de lo que es nuestra realidad hoy en día.
Y la fiesta siguió, los aplausos y los gritos, los chiflidos y el baile al ritmo de reggae y sampleos, pequeños fragmentos de sonidos recolectados de películas reconocidas latinoamericanas, canciones típicas de México y pequeños recortes de todo el bagaje cultural del cual goza este singular ciudadano del mundo, aquel que en algún momento se exiliara para recorrer por la carretera los rincones más insospechados tanto de europa como de américa, y que esa noche volviera, retornara por un momento a esa América perdida que alguna vez lo viera con su mochila de viajero y sus cintas de Willie Colón.
El olor de los porritos no se hizo esperar en medio de esa oscuridad iluminada únicamente por las luces y destellos del escenario, el slam y la gente volando por encima de las miles de cabezas de otros, y más baile y “Arriba la Luna oleaaaaaa” y más fiesta, el incansable sexteto no paraba de tocar y de bailar, no paraba de sonar la música contra el sistema, la música de rebelión:
Por el suelo hay una mamacita Que ya nadie se para a mirar. Por el suelo hay una compadrita, Que se muere de no respetar. Por el suelo camina mi pueblo, Por el suelo hay un agujero. Esperando la última ola, Mamacita te invito a bailaaaaaaaarrrr!!!!!
Y el Manu, ya encarrerado, con el segundo o tercer aire en los pulmones, se olvida de su despedida y mantiene el maratón musical, interpretando Y volver, volver, de José Alfredo Jiménez en versión hard core, acompañado de 20 mil gargantas. El escenario se convierte entonces en una especie de ruedo taurino y el cantante en un matador premiado con las orejas y el rabo al que la multitud ofrenda todo tipo de prendas, una bandera nacional incluida, que Manu recoge, levanta, iza y coloca en su cuello como una orgullosa bufanda. Así transcurrían los minutos que parecían agua, yo en medio de vasos de cerveza y lágrimas, esas “Lágrimas de oro” de las que tanto ha hablado y cantado Manu Chao, canción que se ha vuelto insustituible dentro de su repertorio y una de las que dieran a conocer su obra dentro de nuestro país:
Tu no tienes la culpa mi amor que el mundo sea tan feo. Tu no tienes la culpa mi amor de tanto cachondeo. Va por la calle llorando, lágrimas de oro. Va por la calle brotando, lágrimas de oro.
Esta noche, el ex integrante de Mano Negra habla también de y para los otros excluidos, de los otros sobrantes, de los otros sin futuro: los jóvenes de Babel que tienen derechos sociales pero no forma de hacerlos valer, los que poseen educación pero no empleo, los perdidos en el siglo XX y en el XXI, los que siguen buscando, los que no cuentan con reservación ni lugar en el tren de la modernidad. Canta para los aretudos, okupas, punks, indios del mundo, verdes, comunalistas; los que se asumen como diferentes y reivindican derechos culturales. Son los oyentes de Manu Chao; los que lo han adoptado como su trovador. De la protesta a la pachanga, del rechazo al libre comercio al reventón, hay un vínculo estrecho entre la revuelta de Seattle y la tocada de Manu Chao en el Palacio de los Deportes. Es el vínculo que une las bolsas de resistencia de los globalizados de todo el mundo, el que hace súbitamente visible a los invisibles, el que permite la unión de los desunidos, el que genera nuevas identidades de los diferentes.
Y efectivamente, así llegaban el cancodrilo y super chango y toda su vaina de Maracaibo, estos personajes salidos de la imaginativa del trotamundos que ahora cantaba para nosotros, el díos y el avaro que en un cuento y en un partido de futbolín intercambiaban papeles para dar origen a estas letras y coros emblemáticos de la historia Manuchaosesca. Más la fiesta no paraba y lejos de parar parecía que no tenía fin, este concierto que poco a poco daba tintes de ser un concierto de dimensiones épicas e históricas, tal como aquél que tocara en el zócalo capitalino ante cien mil seguidores hace ya algunos años. Entro de la nada “La Rumba de Barcelona” esa canción combinación de cumbia, reggae y flamenco que no termina de ser ninguna de las tres, y es esa precisamente la magia de Manu Chao, es ahí donde radica la característica distintiva de la Radio Bemba, esa infinita capacidad de mezclar varios géneros musicales en uno solo, en el tono de esa “próxima estación... esperanza”. Por medio de esta canción es como llegó uno de los momentos claves y cumbres del evento, mientras que Manu cantaba “Rambla pa aquí rambla pa allá, esta es la rumba de Barcelona” y Mr. Madjid se lucía en su guitarra acústica, uno de los mejores solos que jamás había escuchado en esa guitarra de acordes flamencos, mostrando porque es integrante de esta reconocida banda francesa, por llamarla de algún modo. Y cuando parecía que vendría un pequeño descanso, cuando parecía que esa fiesta pluricultural ya no daba más, Manu nos sorprendía con su capacidad e ingenio musical, los ritmos aumentaban de volumen y velocidad, la intensidad de la música aumentaba y no tenía fin, los gritos, el baile, los brincos y las piernas se terminaban en esa noche, en una rumba interminable, en un baile caótico pero a la vez emotivo, emoción conjugada con adrenalina, algo que no se escucha y no se ve todos los días.
“Clandestino” sonaba en el fondo, esa canción que dio a conocer a Manu y que fue dedicada también a todos los inmigrantes que cruzan las fronteras entre Estados Unidos y México, así como los que cruzan la frontera en África para llegar a la mítica Europa, allá por Calamocarro.
Solo voy con mi pena, Sola va mi condena. Correré mi destino, para burlar la ley. Perdido en el corazón, De la grande Babilón. Me dicen el clandestino, por no llevar papel. Pá una ciudad del norte yo me fui a trabajar. Mi vida la dejé entre Celta y Gibraltad. Soy una raya en el mar, fantasma la ciudad. Mi vida va prohibida, dice la autoridad...
Nunca pudo ser más oportuna en nuestro país la tocada de ese himno a los sin papeles que ejercen su derecho de fuga, que en estos días de acoso imperial en su contra. Clandestino y El viento retratan el remolino de la experiencia de los migrantes coloniales en las metrópolis; la vivencia de la disolución de las fronteras para las mercancías, pero no para la fuerza de trabajo; la lucha por la supervivencia de los beaners, de los que no tienen green card. Cuenta la vida de los que se contratan para limpiar retretes, cargar ladrillos, recoger cosechas pero no son nunca ciudadanos plenos; esos a los que neonazis y ultranacionalistas de Europa y Estados Unidos culpan de la falta de empleos y del incremento de la delincuencia. Los que pagan impuestos pero no tienen derecho a votar. Narra la ambigüedad de la historia de las geografías donde se levantan, lo mismo, la Cortina de Nopal que los Nuevos Muros de Berlín, donde coexisten, dependiendo de si se viene del norte o del sur, el ocio y la marginación, el libre tránsito y la ilegalidad, la impunidad y la discriminación. Manu Chao se presenta en el Palacio de los Deportes como Manu Chao. "George W. Bush -arenga el cantante a la mitad del concierto- es el hombre más peligroso del mundo y enemigo de nuestros hijos". Y en otro momento, dedica Señor matanza, a "la mafia que se disfraza de democracia; la mafia siempre es enemiga de la democracia". No en balde, es el cantor de la mundialización desde abajo que se opone a la globalización como ideología-del-mercado-como-destino-final. Otro de los momentos emotivos fue sin duda, cuando interpretó la tan conocida canción de “volver” de José Alfredo Jiménez, la verdad las lágrimas me volvieron a brotar y puedo decir, quitándole todo el dramatismo a la escena, que esa canción interpretada por el Manu me ha hecho jirones el corazón.
... nos dejamos hace tiempo, pero me llegó el momento de perder. Tu tenías mucha razón, Le hago caso al corazón, Y me muero por volver. Y volver, volver, volver, A tus brazos otra vez. Llegaré hasta donde estés, yo se perder, yo se perder. Quiero volver, volver, volver...
Y así iba terminando el concierto, en medio de “La despedida” con su : ya estoy curado, anestesiado, ya me he olvidado de ti. Hoy me despido, de tu ausencia, ya estoy en paz. Y claro, no podía faltar el más grande éxito de la Mano negra, “Mala Vida” al compás de guitarrazos eléctricos y el bajo de Mr. Gambit que hizo estremecer al Palacio de los deportes, las 20 mil personas cantaron y bailaron en medio de la noche, en la transición de ese viernes – sábado, en una despedida que duró más de lo previsto, mientras el grupo se despedía pero volvía a regresar para tocar una canción más , repitiendo el mismo proceso una y otra vez, nadie quería que la fiesta terminara, nadie quería que Manu se fuera pero es imposible parar la identidad nómada del señor de los gorros extravagantes y remeras de fútbol.
Y así, en medio de “King of Bongo” y “Mamá perfecta” el grupo se despedía una vez más de la tierra del chile y del tequila, uno a uno despidiéndose del público y dejando sus instrumentos hasta llegar a Mr. Julio en los teclados, solo para salir una vez más, un abrazo del sexteto y una reverencia a ese público que hizo soñar por un instante, al que hizo bailar y al que impregnó de esa filosofía errática e indomable, esperando la última ola, la ola del cambio. Pero no es aún el final aunque lo parezca. Falta presentar al resto de los integrantes del sexteto de Radio Bemba Sound System, que, con la más pura ortodoxia musical, responden a su nombre y a la ovación que se les dispensa con virtuosas improvisaciones. Han brincado durante casi dos horas y media seguidas por toda la pista como si fueran parte de un espectáculo circense o una tabla gimnástica, han corrido al frente del escenario una y otra vez como si fueran parte de un pelotón militar en formación de ataque, pero, a pesar de ello, ejecutan sus acometidas musicales como solistas con la misma frescura y vitalidad que tuvieron recién llegados al auditorio. Y cuando el humo blanco cubre el escenario y las luces apagadas anuncian que ahora sí aquello se acabó, reaparece el hijo de Ramón Chao para decir que esa fiesta de celebración del rock and roll en sus distintas variantes y fusiones sigue. Porque, como lo muestra esta noche de gira en la ciudad de México, su música sigue siendo un homenaje al hibridismo cultural, a la fusión de la diversidad y al respeto de la diferencia. Sus canciones son un remolino que suma ritmos y lenguas, nacionalidades y religiones, clases sociales y etnias. Combina el ska con el guaguancó, el blues con el reggae, el country con el tecno. Sus letras están escritas en español, francés, inglés y portugués. Sus palabras hablan de la vida y esperanzas de los nadie, de los nuevos muros que se levantan en el mundo, del amor y desamor en los tiempos de guerra. Así fue como terminaba el concierto para mi, así fue como conocía a otro de mis héroes, quizá el último de la lista que tenía pendiente, y así fue como transcurrieron esas horas de mágica fiesta aquella noche en el palacio. Sin duda fue un concierto histórico y estas palabras solo lo resumen. Hoy no me queda más que dar las gracias pues para mi, fue algo más que un simple recital, algo más que solo escuchar a Manu, fue algo más simbólico y por tanto más sensitivo.
Cuenta la leyenda que este poeta de la Babilonia, en un encuentro entre la comandancia zapatista y él en la Selva Lacandona años atrás, Marcos le dijo: "Bueno, ya está bien de coñas, primero voy a decir a mi gente que dejen los fusiles. Aquí hay tres guitarras y venimos para un reto: si vosotros sois músicos, nosotros también. Así que vamos a hacer una canción, vosotros otra, y así hasta ver quién aguanta más". Manu quedó sorprendido: "No esperaba eso. Estuvimos así hora y media, todo fue muy formal. Cuando nosotros tocábamos, ellos bailaban, y cuando cantaban ellos, ayudábamos... así hasta que llegó la hora y Marcos dijo: vale, tablas. Faltó el trago para estar todos bien, pero aún así todo muy natural". Y aunque han pasado varios años desde entonces, la lealtad a la causa sigue siendo la misma.
Ese conocimiento popular de sus canciones se produce a pesar de su ausencia de seis años, resultado, en parte, de su trabajo como productor de artistas talentosos poco conocidos. En un pequeño remanso en la tormenta, Manu dice: "Es un mundo dificile, de vida intensa, felichidad momento y futuro incherto". Sus palabras son un pequeño fragmento de la letra de una canción de Tonino Carotone, el artista navarro que canta en itañol, titulada Me cago en el amor, producida por Manu Chao. Ya casi para terminar, el cantor se quita su gorro. Y, cuando la banda ejecuta los acordes finales, no se oyen ya más peticiones de otra pieza. La jornada ha sido kilométrica. El respetable está exhausto. La próxima estación sigue siendo, como en su canción, Esperanza.
“Gracias Manu por haber regresado, hoy no sabré si te volveré a ver algún día, por lo mientras solo me quedan tus canciones de calavera y Tijuana, de lágrimas de oro y de despedidas, solo me queda una voz nostálgica y triste de Minha Galera mientras todo se quede a oscuras y nos iluminen pequeñas lucecitas azules que tiriten a lo lejos. Aquí estaremos, tratando de hacer la diferencia y quien sabe, con un poco de suerte quizá nos volvamos a encontrar cantando tu canto antiguo en algún punto perdido de esta, tu planeta trampa.”
Hoy me he librado de tu recuerdo. Ya estoy en paz.
Giallo I. Esperando la última ola...
Concierto de Manu Chao. Transmitido alguna noche de un Febrero 24. México. 2006...
El otro día creí tener mi vida resuelta entre libros y fajitas de carne bañadas en salsa BBQ, creí haber conseguido unos minutos de paz entre canciones del rey lagarto y un porrito alucinante, pensé que todo estaba bien mientras veía las estrellas y el cinturón de Orión desde el punto más alto en mi azotea, me dio la impresión de tener resuelto todo mientras veía hacia el horizonte buscando algún punto exacto en el sur... pero todo eso cambió en cuestión de minutos-horas, el tiempo preciso que dura un sueño. Alguna vez la calavera soñó un lugar en el que todos sus puntos cardinales se minimizaban en uno solo, sus cómplices se situaban en un solo sitio y ya no tendría que buscarlos más, un sueño canábico en el que los colores se convertían en días y los días en países, un sueño en el que calavera podía recorrer tantos países como gente había en cada país.
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y de repente, de la nada, aparecías tu.
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nuevamente desconfigurando mi mundo.
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entonces reflexioné.
No he hecho nada de mi vida y seguramente nunca lo haré puesto que no sé hacer nada, el verbo “hacer” repetido muchas veces en una sola frase nunca puede ser bueno. Aparecías como siempre apareciste en la vida real, de hecho, no podría asegurar que fue un sueño si no me hubiera levantado nostálgico a la mañana siguiente, te veías tan real, tan inmisericorde, tan humana, pareciera que nada había cambiado. Y de repente los cómplices se iban, los colores se transformaban en un tono grisáceo único, los puntos cardinales se mútiplicaban por mil y solo estabas tu, tu, tu y sólo tu. Y aparecías tu, con tus besos tan amargos como la cocaína, con el cabello despeinado y punteagudo, con tus ojos grandes y despiadados, con tus manos frías y delgadas, blanquísimas. Vestida de negro y tus pantalones de mezclilla desgastada, la perfección envainada en tenis maltratados por el tiempo, pero no me decías nada, solo estabas ahí, examinándome como siempre, calculando cada una de mis palabras, cada uno de mis movimientos pero sin la menor intención de tenderme la mano, pareciera que buscabas la menor equivocación de mi parte, incluso puedo pensar que eso te hacía feliz, el hecho de que me equivocara. Pero esta vez fue diferente, yo ya no era el mismo, ahora tenía el valor de encararte, tenía las fuerzas para enfrentarte. Tus manos ya no tienen esa forma de hacerme daño. Pero cuando caminé hacia ti te alejabas en la misma proporción, nunca pude alcanzarte antes y no puedo hacerlo ahora (¿qué significa eso?) tan cerca pero a la vez tan lejos. Quizá siempre fue esa predisposición tuya y ese temor mío, quizá eso es lo que significa la distancia en mi sueño.
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y cuando desperté me volví a sentir triste por un momento, “La Traviata” sonaba en el reproductor y eso me consoló un poco, aunque no desvanecía tu imagen por completo, aún te recuerdo como una imagen desenfocada entre bolutas de humo blanco: sé que no lo soñé, sé que eras tu. Alguna vez alguien le dijo a calavera que los sueños no son más que deseos reprimidos, a partir de hoy comienzo a sospechar que si, en cualquier caso conozco una frase que quedaría excelente para este momento: “hasta en sueños te me has negado” Ahora solo queda esperar otro sueño púrpura y caótico, otra oportunidad para enfrentarte mientras Enrique Bunbury me escupe a la cara estribillos irónicos entre tragos de cerveza.
Y apareciste tu, con tus besos tan amargos como la cocaína.
...Y al final te ataré con todas mis fuerzas, mis brazos serán cuerdas al bailar este vals. Y al final, Quiero verte De nuevo contenta, Sigue dando vueltas Si aguantas de pie.
Aunque creo que nunca me llegaré a conocer por completo supongo que soy una persona sencilla, siempre le ando buscando el lado humano a las cosas aunque hay personas que creen que soy hermético, me gusta mantenerme a la expectativa de todo, creo que la vida es una aventura y no me gustaría vivirla siguiendo un mapa, mi filosofía es que en la vida te tienes que divertir, lucho a cada día por ser una persona auténtica, algunas de mis grandes fallas es que soy un orgulloso declarado y por demás rencoroso, no olvido fácilmente. Me encanta la libertad y soy amante de los momentos elaborados gracias a la virtud de una cerveza, soy algo extremista, aprendiz de todo y víctima del entorno, antihéroe despeinado y siempre con ojos de taciturno aunque sean las seis de la tarde, defensor de las causas perdidas e insaciable buscador de un mundo perfecto aunque sé que nunca he de encontrar, pensándolo bien creo que soy una persona muy compleja pero entretenida... si, creo que así soy.