Últimamente he tenido muchas ganas de salir. No sé si sean ganas de huir o de correr de todo lo que me jode, he estado a nada de mandar todo a la mierda y comenzar de nuevo. Parece que los problemas me siguen, yo no los busco, lo juro. Hasta hace unos días ya tenía todo controlado y no tenía problemas con nadie, pero parece que la moda es joderme la vida y créeme oh querido lector, lo están consiguiendo. Tengo ganas de salir de la ciudad, ir a España quizá y embriagarme en todos los bares de Madrid y Barcelona. Comprobar si las chicas son como las describen las películas de Julio Medem y Bigas Luna, encontrarme con una chica Almodóvar en la barra de un bar y que me diga -¿verdad que me vas a invitar una raya?- y seguramente como lo dicta mi suerte, en ese preciso momento no tendré ni un duro para comprarle un trago, pero ella, una Paz Vega encarnada en mi compañera de turno dirá –pero quita esa carita tan seria, que estás en tu noche de suerte chaval- y llevármela a la cama o mejor aún, que ella me lleve y no parar de beber y de hacernos el amor toda la noche. Dos perfectos desconocidos empiernados en algún lugar olvidado de las calles de Valencia o Andalucía.
Pero de momento lo veo difícil, no saldré del país sino hasta el próximo año, si la suerte está de mi lado. Por lo mientras quisiera salir hacia rumbo desconocido, subirme en un camión y viajar toda la noche mirando como se empañan los cristales sobre un fondo de sombras negras y violetas. Llegar a un pueblito en la mañana todo cansado y con la ropa pegada al asiento y al cuerpo, con la cara brillosa y el cabello tieso.
Tengo unas ganas inauditas de ver el otoño, de caminar e ir pisando hojas secas por las avenidas y las calles tristonas y amargas. Ir deambulando por la ciudad con otros colores y otros tonos de atardeceres. Quiero ver llover, quiero escuchar llover y tener el gusto de oler a tierra mojada. Caminar de noche por las calles mojadas llenas de reflejos multicolores de los postes de luz, sentir el viento gélido desparramarse sobre mi cara. Quiero saber en que situación me encontraré cuando caiga la primera lluvia.
Tengo ganas de sentirme tranquilo y feliz como me sentía hace unos días. Ganas de estar bien con todos y conmigo mismo. Ganas de no deberle nada a nadie. Ganas de recuperar mi tiempo y mi espacio y que nadie se entrometa en el si yo no me entrometo en el espacio de nadie. Ese es el problema principal que me acongoja, yo no me meto con nadie y todos se meten conmigo y ya estoy harto. Que ganas de sentirme tranquilo.
Tengo ganas de que la gente a la que quise mucho me quiera mucho, aunque sea por una fracción de segundo, por una centésima de segundo. Ganas de sentir un abrazo y perderme. Tango ganas de mojarme en agua salada y juntar mucha arena entre mis pies, arena blanca, quemante y cristalina. Quiero ver nuevos horizontes, dejar los viejos atrás y encontrarme con otras cosas. Por momentos un abrazo me conmociona.
Tengo unas ganas incontenibles de conocer nuevos amigos. Dejar los pocos que tengo por la paz, que vivan sus vidas sin mi y yo encontrarme con nuevas personas que me aporten otras ideas, cosas que me funcionen mejor. Quiero escribir más cartas a más lugares del mundo por el simple hecho de dar, por el simple gusto de dar. Ganas de volver a dibujar como hace meses que no lo hago, de irme con una chica a mirar cortometrajes toda la tarde y terminar en un buen café. Ganas de besar, pero de besar sinceramente, de sentirlo sin reclamos ni explicaciones. Tengo ganas de ser más irresponsable y de no dar explicaciones de nada, de hacer lo que pienso sin recibir reproches o malas miradas. Tengo ganas de ser aceptado.
Tengo ganas de conocer a toda esa gente que miro en fotografías desconocidas, ganas de entrar a su recámara y conocerlas a profundidad. Me emociona mucho conocer nuevos mundos. Una noche me perdí solo, entonces caminé y caminé por mucho tiempo y encontré una calle y me senté en la esquina. Desde ahí podía ver la recámara de alguien, era una chica, estaba leyendo y escribiendo en su computadora. Parte de la pared estaba cubierta con fotografías y máscaras de porcelana. Fue ahí que me di cuenta de lo mucho que me gusta entrar a la recámara de las personas. Es un primer paso a conocer su mundo y conocer otros mundos siempre es sorprendente.
“Sorprendente”... esa es la palabra que me falta, que me ha faltado desde hace mucho y que por momentos olvido su significado. Sería sorprendente conocer a nuevas personas y erguir nuevamente lo que he perdido, lo que se me ha escurrido entre los dedos, tan intangible como cierto, tan abrumante como desquiciado. Haciendo una conclusión creo que sería más fácil esa idea de irme a España y conocer a las Paz Vega y a las Penélope Cruz, creo que sería más fácil robarles un beso mientras su nariz deja atisbos de cocaína sobre la mía. Sorprenderme a mi mismo como lo hice hace unos meses mientras una valenciana me dice –pero quita esa carita tan seria, que estás en tu noche de suerte chaval-
Quiero sorprenderme mucho...
Quiero sorprenderme siempre.
Giallo I. Escrito mientras soy despreciado por el mundo.
Soy un esperpento. Soy una burla, soy tu burla, lo sé. Te burlas de mi todas las noches mientras yo estoy encerrado bajo una botella de vino y tu acaso te pierdes en los brazos de un disfraz que nunca soy yo. En días como este me quiero perder. El sol se desploma implacable sobre mi cabeza, sobre mis hombros y no hay ni una pizca de nubes que lo tapen por un momento. el aire es caliente y la situación de moverme por las calles es enfermiza, demencial. La pesadez la cargo, la agonía viene a cuestas sobre mis hombros y mis piernas mientras me repito que soy una burla, una figura risoria. Siempre creo estar en el camino de algún lado y al final de un lapso de tiempo perdido caigo en cuenta de que solo hago círculos, doy vueltas a un sitio destinado a nunca llegar. Soy redundante. Creo que estoy enloqueciendo en un mundo de mierda, un mundo roto, asquerosamente real e indomable, nunca hay una buena mano de poker para los perdedores insurrectos que deambulamos por las calles. No encuentro la forma de liarme con lo poco que tengo. Me hago un vestido con todo lo que he perdido y ahora ya tiene sentido sonreír.
Las botellas ya no alcanzan, la cerveza ya me es insuficiente y las conversaciones se gastan siempre en los mismos temas y con la misma gente. Que me he hartado de eso y ahora me dan ganas de tener un revolver susurrándome en la sien, sentir el metal frío de la boquilla mientras me miro detenidamente frente al espejo mientras me digo –hay un mundo allá afuera, pero no hay lugar para ti- y jalar del gatillo. Y sentir un fuerte impacto en la cabeza, escuchar un sonido hueco y mudo, y mirar mis sesos embarrarse en el espejo y en la pared con tapiz de mi recámara, una mancha sanguinolenta y caótica formando pequeñas figuritas mientras los pedazos de cráneo resbalan hacia abajo. Ya no puedo cambiarlo, he perdido mi esencia. Estoy castrado, castrado de lo mismo y de la nada, de lo barato, castrado de las noches en que no puedo descansar y de las películas de negros matando negros, castrado de este mundo triste y celoso, ladrón y mil veces más pequeño que el mundo de “El Principito”, somos tristes y arrogantes, eternos esclavos de una vida que no da tregua a nada.
Y entonces despertar en medio de un prado, darme cuenta de que todo fue una pesadilla, una mala jugada. Escuchar crecer el pasto y mirar un atardecer más, mirar a lo lejos montañas escondidas entre brumas y abetos. Será que le pido demasiado al destino, será que el desengaño me ha podrido hasta las pupilas y me ha condenado a viajar en rutas de colectivos interminables y malolientes, repletos de mujeres con problemas de obesidad que siempre quieren llegar al último asiento empujando a todos. Hoy quiero bailar en la nave del olvido, me olvidaron mis hermanos en el hall de la estación. Hoy tengo ganas de gritarle a una morocha imaginaria que venga para dar una vuelta conmigo, salir y ver a la luna que se ha posado sobre los hechos solo para preguntarle ¿en dónde estás?.
Que Dios me ha cagado encima y que los besos no son tan dulces como me los imaginaba. Que he despertado de mi letargo y los prados han desaparecido con sus abetos y sus montañas brumosas. La tarde se ha hecho de noche y la noche se ha convertido en una mancha oscura y viscosa. La mancha se aleja y va adquiriendo un tono rojizo y me doy cuenta de que es mi sangre, es mi cerebro embarrado en la pared, es el demonio en la pared, es la pared encarnada en un demonio. La bala regresa, sale de mi cabeza y la nube de pólvora desaparece justo con su estruendo, un pequeño fogonazo se esconde dentro del revolver y solo queda la boquilla lamiéndome la sien mientras yo me veo en el espejo con el gatillo bajo mi dedo índice. Me repito que el mundo no tiene un lugar para mi y solo me queda pensar que hemos sido derrotados, nos llegó el advenimiento de las cosas sin razón. Fui vencido por las camisetas de color rosa, los Audis y los Jettas ganaron la batalla de las bicicletas y las iPods revientan cabezas sobre el mismo arte, ganaron los poemas baratos y los libros de Paulo Cohelo y Carlos Cuahutemoc Sánchez, los grilletes de metal sucumbieron ante unos más pesados, más fuertes y más coloridos, grilletes amarillos con la leyenda “livestrong” asoman bajo las mangas pegadísimas de las camisas “fenómenos astrales”. Y no me queda más que el revolver en la mano izquierda y el cansancio de siempre buscar emborracharme con vodka de sabor menta y llamar a Marruecos a las tres de la mañana. Y no me queda más que la sabiduría milenaria de un borracho de banqueta. Soy un esperpento. Soy una burla, soy tu burla, lo sé. Te burlas de mi todas las noches mientras yo permanezco atado a un mundo en donde a estas alturas ya nada me sorprendería.
Como todas las mañanas mi café está en su punto, creo fielmente que el café es una de las pocas cosas que valen la pena en la vida. Reviso algunas noticias, veo la sección de deportes y miro que la chiva ha caído en su último juego contra Morelia, sin embargo, no me quita el buen sabor de boca. Escucho buena música y tengo un buen libro entre mis manos; “El gran desierto” del buen James Ellroy, ¿qué más le puedo pedir a la vida? Supongo que solo podría pedirle el hecho de que hiciera menos pesada la depresión casi coagulada que traigo sobre los hombros, siempre a cuestas, pero me he acostumbrado tanto a ella que ya casi no la noto, de hecho es una depresión afable, extrañamente afable, más que mis últimas conversaciones con la nada y con el mundo. En estas últimas semanas he entrado en una autorreflexión por llamarlo de alguna manera, una plática interna conmigo mientras la luz negra lastima mis ojos, luz negra que sale desde las entrañas del mismo infierno, mi propio infierno. Mi recámara se ve infestada de humo, el incienso está haciendo efecto y los acordes esporádicos y la voz de Luca Prodán buscan un lugar en mi cabeza, se introducen por mis oídos y me trasladan a otra dimensión, a un mundo menos injurioso, menos injusto, menos todo lo que sea que haya aquí bajo mis pies. Rocas y piedras que han visto más cosas de las que yo podría imaginar, mi cerebro es muy pequeño para imaginar ciertas cosas, ocurrentes situaciones, mi cabeza está desprovista de un cuerpo, de un cerebro, solo es un cascarón de huevo que camina por las calles de esta ciudad nocturna, tan frágil como desgarradora, tan parca como cruda.
Ya es viernes por la tarde y ya tengo muy en claro una de las visiones que he tenido en lo que va de esta semana muerta, creo que ya sé lo que tengo que hacer con mi vidita estúpida y conmigo mismo. Lo he meditado mucho, lo he pensado y me he replanteado la posibilidad de volver a comenzar con todo, formatearme y comenzar desde cero –cuando uno se encuentra perdido, lo mejor es regresar al punto de partida- bajar la palanca que condensa todo, perder presión en la cabina, detenerse un momento y volver a comenzar. En estos momentos dudo mucho la afirmación de que todo tenga una razón de ser, me parece que estamos en medio del armaggedon, no somos más que la masa dentro del pandemonium declarado, nada tiene sentido, todo es un repentino caos en donde nada tiene origen ni fin, en este mundo nada ha terminado aunque ya todo comenzó. Miedo al fracaso, miedo al miedo, miedo al mundo menos miedo a la soledad, contengo en mi mochila toda clase de miedos, los licuo entre bebidas alcohólicas y los bebo, a veces, otras solo los mezclo con hielo triturado y hago una exquisita bebida que derramo al suelo, la madre tierra también es merecedora de compartir el miedo, de bebérselo hasta llegar a sus entrañas, a las raíces, al origen de todo. Y yo que sigo tumbado en mi cama, en mi colchón que ya no me habla, supongo que esta disgustado por no llevarle más féminas que compartan conmigo un rato de pasión, un momento de soledad compartida mientras se desnuda para nosotros (para mi y mi colchón) mientras el vino y la música de fondo aguanten. El tiempo transcurre, así ha sido desde siempre, desde que tengo uso de razón y de memoria, pero lo que no transcurre es mi vida o al menos así lo siento, creo que no estoy yendo a ningún lado y eso me da bronca, gastar el tiempo a cuentagotas para que la razón no se de cuenta, para cuando lo haga es porque ya tengo un revolver en mi sien, gritando, susurrándome burlonamente que mi vida ha sido un fracaso, una mentira, un disfraz y que estoy castigado por eso, enclaustrado en la isla de las caretas y condenado el exilio del lugar más lejano a los agraciados, el lugar de los nadie, innoble por definición.
Sufro de una metamorfosis involuntaria, el colchón me sigue reclamando con reproches pero no lo escucho más, mi atención está totalmente concentrada en el trabajo de José Rubén Romero y “La vida inútil de Pito Pérez”, las películas en blanco y negro siempre me han transportado a mi niñez aunque haya crecido en medio de programas tan burdos como los que existen ahora, sin embargo, las películas de Miguel Contreras Torres siempre me han arrancado algo de alma, algo de mi, y esta no es la excepción. Y así me siento, no soy más que un Pito Pérez en este mundo que no tiene lugar para mi, para nosotros, un sujeto burlesco y risorio, incomprendido –cuando bebo soy otro, y eso otro no se va a quedar sin beber, así que sírveme otra copa- y la frase me saca una risa tristona pero indeleble. He pensado en hacerme una calavera para describir mejor mi apariencia, mi nombre y mi filosofía, así como Pito; serás mi compañera, mi novia, mi amante, la que nunca me deja, la que siempre me acompaña. No es más que un simbolismo, una declaración de soledad furtiva, un esqueleto en mi recámara serpia la mejor de las compañías, una calavera que represente mi soledad acompasada, mi compañera de tragos y desventuras, quien si no ella, la muerte, es la única que no nos abandona, la que siempre está ahí cuando todos ya se han ido, cuando todos nos han abandonado. Será la que me abrace por las noches con sus manos huesudas e incómodas, pero sinceras, sinceridad ante todo, una cualidad que escasea en estos días.
Y sigo tumbado, pensando y reflexionando en que ya estoy harto de todo, de rodearme con lo que no soy, con lo que no comprendo, necesito encontrar a los míos, a los que apoyan mi causa, a los que son como yo. Necesito regresar y comenzar de nuevo, encontrar a los fracasados que como yo, buscan una luz de amparo, una próxima estación: esperanza. La esperanza es lo único que nos queda, es lo que nos mueve, es la razón imprudente e invertebrada de lo que nos hace seguir caminando. El alcohol ya no es suficiente, los antidepresivos no tienen una razón de ser dentro de este mundo, el sexo me es tan insoluto e insípido como lo que llamamos amor, esa no es la determinación de las cosas, estoy convencido de que no es eso a lo que venimos, al menos yo, vengo a otras cosas, al menos en mi caso puedo decir que yo voy más lejos. Y entonces me levanto de la cama, apago la luz negra del infierno postrado en mi recámara y salgo a fumarme unos Gold Rush, camino por las calles intranquilas como buscando algo, un encuentro que cambie la noche, busco acaso algo que me haga pensar que todo puede ser diferente, algo que me haga pensar que aún queda un atisbo de vida en este mundo muerto y celoso, pero solo veo figuras femeninas perfectas, acompañadas pero solas, luciendo el abdomen bien formado mientras salen de los gimnasios de la Condesa, olores de comida y perfumes, rubias de nariz recta y ejecutivos de treinta años creyéndose los amos del universo, lacayos y perros hambrientos buscando llevarse a la cama a una de esas tantas mujeres al menos por una noche. Entonces camino despavorido, buscando huir y encontrar otro lugar, camino más rápido y bajo la mirada. De repente encuentro un lugar alejado de todo, un lugar que prefiero no profanar para no herir al sentimiento que de el tengo. Me encuentro parado en medio del parque México, todo es oscuro y apenas tiritan luces blancas iluminando el rojo de los pasillos, caminos laberínticos que duelen y huelen a humedad, a tierra mojada. Me instalo en el pequeño zócalo improvisado, a lo lejos hay dos chicos jugando fútbol y lo demás está oscuro, altas torres nos rodean y la luna en medio de ellas, lejana y muda, tomo un lugar entre las torres y enciendo un cigarro, el aroma a tabaco se cuela entre mis fosas nasales y el sabor a cereza me moja los labios, me encanta ese lugar, quisiera vivir ahí por siempre y dejar de respirar.
Ya ha pasado mucho tiempo pero para mi solo han transcurrido algunos minutos, el tiempo vuela cuando uno se divierte. Son cerca de las 12:30 de la noche pero no me importa, termino algunos tabacos más y decido recorrer el parque una vez más. Ha pasado mucho tiempo desde que estuve ahí por última vez, puedo escuchar el eco de mis pasos triturando las millares de granos rojos que están bajo la suela de mis zapatos, hace frío, casi es tan frío como aquella última noche, me detengo en una banca y miro el lago, negro y tranquilo, nada se espera después de las 10 de la noche de un viernes cualquiera. Ya es cerca de la 1 de la mañana y sigo caminando hacia la fuente, alguien la utilizaba para pensar cuando se sentía sola y desenfocada, era su lugar de refugio y me siento un poco culpable por usurparlo, solo fueron unos minutos y en verdad que sirve, pero finalmente no es mi lugar, mi lugar se encuentra en otro lado pero fue bueno recordar y pasar a saludar después de mucho tiempo. Ya voy de salida, muchos recuerdos y mucho andar, buenos y malos pero al final no son más que viejos recuerdos. Entonces me detengo, miro al suelo y encuentro aviones de papel, son varios y están esparcidos, tomo uno y leo: “todo es un sueño, sé que todo es un sueño... siempre lo supe desde que empecé a soñar que yo existía. Este mundo no es real” y entonces la encontré. No sé quien lo escribió, desconozco a la autora y desconozco también el propósito, solo sé que por esa noche encontré lo que buscaba, solo sé que por esa noche alguien se sintió tan sola y desencajada de esta realidad como yo, y eso me hizo sentir acompañado.
“hablemos de luces, hablemos de nada. Hablemos de cosas de verdad, de lo normal. Veneno la confusión... veneno yo.”
Seguramente nunca conoceré a la que escribió esto, pero por esta noche, al menos por esta noche me salvó la vida. Ahora sé que no soy el único, ahora sé que no estoy enloqueciendo y si lo estoy, sé que la locura puede ser contagiosa.
“O quizá era yo la equivocada para este mundo, para este sueño. Por eso me he dedicado a hacerlos reír y llorar, eso es lo que sé hacer.”
La locura y la soledad se derraman por los parques, por los rincones, ahí estaba yo para comprobarlo, solo en medio de un parque frío y moribundo, un oasis en medio del desierto de asfalto, mientras el mundo se divierte por la noche yo estoy teniendo un encuentro interesante, infrahumano e intrigante.
“Se trata de despertar. Estas son cosas para tiempos normales. Cosas para otro sueño.”
Y entonces me vuelvo a sentir el Pito Pérez desconsolado, moribundo, escribiendo mi último cuento, mi última frase, mi última palabra. Y tomé todos los aviones que encontré y los llevé a casa, no son míos pero ahora me pertenecen, son el consuelo de que aún me queda algo por descubrir, aún tengo algo por aprender. Escribiré tu nombre, me inventaré uno y algún día regresaré para tratar de encontrarte y preguntarte el porque, porque, porque. Y escribiré mi testamento, y pondré que nunca tuve una deuda con nadie y que nadie me debe nada a mi, que nadie me quiso y que nunca quise a nadie, que solo mi calavera de cartón me acompañó y que la soledad se pudrió bajo mis pupilas ciegas. Lo escribiré en hojas de papel, las arrancaré una a una y las doblare en forma de aviones de papel, diseñados con una perfección aerodinámica para que vuelen lejos, para esparcir el poco conocimiento que tengo de las cosas que nunca entendí. Porque, porque, porque. Y escribiré tu nombre, preguntaré donde dónde estás y quizá encuentres mi testamento regado entre esos pasillos laberínticos de granito rojo, quizá nunca más nos volvamos a encontrar pero solo espero que, con mucha suerte, esas palabras tiradas al suelo le sirvan a alguien más y que, como a mi, le salven la vida, al menos por esa noche.
Y escribiré tu nombre, y en una avión de papel dejaré escrito -¿Dónde estás?-
“¿Cómo se puede tener miedo si se está a punto de despertar? Yo también soy solo un sueño. Mi existencia es ridícula e increíble”
“you are my perfect dream, you are my perfect nightmare... ¿why? ¿why? ¿why?”
Giallo I. Escrito en el Parque México, escrito con aviones de papel.
Aunque creo que nunca me llegaré a conocer por completo supongo que soy una persona sencilla, siempre le ando buscando el lado humano a las cosas aunque hay personas que creen que soy hermético, me gusta mantenerme a la expectativa de todo, creo que la vida es una aventura y no me gustaría vivirla siguiendo un mapa, mi filosofía es que en la vida te tienes que divertir, lucho a cada día por ser una persona auténtica, algunas de mis grandes fallas es que soy un orgulloso declarado y por demás rencoroso, no olvido fácilmente. Me encanta la libertad y soy amante de los momentos elaborados gracias a la virtud de una cerveza, soy algo extremista, aprendiz de todo y víctima del entorno, antihéroe despeinado y siempre con ojos de taciturno aunque sean las seis de la tarde, defensor de las causas perdidas e insaciable buscador de un mundo perfecto aunque sé que nunca he de encontrar, pensándolo bien creo que soy una persona muy compleja pero entretenida... si, creo que así soy.