Se peinaba con cola de caballo, a veces dejaba un pequeño fleco del lado izquierdo de su frente la que un día le pidió fuego a Rodrigo, en medio del tintineo de las copas en un bar de la Zona Rosa. Esa fue la primera vez que se vieron y Rodrigo se enamoró en los primeros 5 minutos, mientras la seguía con la vista después de haberle encendido el cigarrillo. Cuando la vio sentarse en la mesa de un sujeto de avanzada edad y bien vestido, Rodrigo pensó que jamás podría aspirar si quiera a una mujer así, entonces tomó otro trago de Ron y siguió escribiendo en su cuaderno viejo. Después de un par de horas Rodrigo terminó su ronda de cervezas por esa noche, buscó a la rubia del cigarrillo pero la mesa ya estaba vacía, quería tener una última mirada para bien dormir. Se despidió de José el cantinero y salió del lugar. La encontró recargada a un lado de la puerta del bar, tenía una lágrima de rimel negro recorriendo su mejilla derecha, afuera hacía frío y la lluvia no paraba de caer, Rodrigo la miró con un dejo de sorpresa y serenidad, sacó su cajetilla de cigarros y le ofreció uno. “Al menos hace buen clima” le dijo ella en tono sarcástico, llevaba medias negras, una bufanda a cuadros y minifalda azul. Rodrigo disimuló una especie de mueca que intentaba ser sonrisa mientras buscaba su encendedor. “Me llamo Alejandra” le dijo ella mientras Rodrigo le encendía el cigarro, ¿cómo te llamas tu? Le pregunto desinhibida, “Rodrigo” le contestó dando el golpe al cigarro y mirando hacia el cielo como buscando una señal que le indicara el final de la lluvia, pero nada. Sin que él le preguntara nada, Alejandra le contó que el tipo con quien estaba era su jefe, que habían comenzado un romance hace apenas 4 meses pero que el era casado y ella se había cansado de ser la otra, de ser tan solo su puta ocasional. Habían discutido esa noche pues hasta ese momento no le había cumplido la promesa de divorciarse de su mujer e irse a vivir con ella a alguna parte de Europa. Rodrigo no dijo nada, no lo creyó prudente, simplemente se ofreció a llevarla a su casa por esa noche, realmente no le interesaba escuchar la historia de Alejandra, era la misma historia que escribía en su mente todas las noches, eso era suficiente como para querer encarnarla en una mujer desconocida. Eran pasadas las 3 de la mañana, las calles eran húmedas y solitarias, se veían pasar algunos autos ocasionales en un cielo rojizo eterno, Alejandra vivía en la colonia Condesa, al llegar al lugar, cerca del parque México, ella le pidió su último cigarro a Rodrigo, este se lo dio y ella a cambio le dio una tarjeta con su número telefónico –por si un día no tienes algo mejor que hacer- le dijo ella en tono amigable, tomó su bolso marca Gucci y salió del volkswagen color rojo. Buscó las llaves de su departamento y abrió la puerta con dificultad, a lo lejos escuchó el motor del auto alejarse y cerró la puerta. Estaba demasiado ebria para pensar y demasiado adolorida para llamarle a su amante, lo había decidido, quería darle un cambio a su vida, una vida repleta de promesas incumplidas y de comida para gato. Un rayo de sol que se colaba por las persianas como un ladrón despertó a Alejandra, eran las 12:30 de la tarde y el departamento seguía igual de vacío que siempre. Alejandra está sola y mira una película de Christopher Walken, recalienta una sopa con salchichón y sirve comida en el plato de Max, su gato, pero el no aparece, ni un maullido que le nombre su compañía. Aquí hay una mujer marchita que se despierta un poco tarde para su desayuno de las dos, bebe vodka con jugo de naranja y piensa en el futuro de su vida. Su habitación huele a suspiros eternos, a deseos extinguidos y cada domingo sale a rentar películas románticas para no perder detalle de lo que es un beso sincero, por momentos se identifica con la protagonista y desea que su vida tenga un final igual de feliz. Vive entre cuatro paredes con días grises y noches frías interminables, el colchón le queda demasiado grande a excepción de los miércoles y los viernes, los días en que la visita su amante y la saca a cenar, con mucha suerte le abrirá las piernas por esa noche, sobre ese colchón que le recriminará al día siguiente su insuficiencia femenina para conseguirse a un hombre de verdad. Su álbum familiar no es más que una serie de recortes, de polvo que se le ha escapado entre sus dedos: una instantánea en la playa, una serie de anuarios que le hacen recordar sus buenos tiempos, los rostros que se han borrado y un invierno que no acaba de alejarse. La vida es un recuento de olvidos, una sucesión de pérdidas piensa ella en voz alta y da un sorbo a su vodka con jugo de naranja. Piensa en el sujeto del volkswagen rojo que conoció la noche anterior, realmente no supo nada de él, simplemente la dejó hablar durante todo el camino, no se había percatado de ese detalle y se le hizo un gesto muy noble, no quiso nada a cambio, no preguntó nada, simplemente la dejo desahogarse y le había servido de mucho. No sabe si la llamará o si lo volverá a ver alguna vez, solo sabe que su nombre es Rodrigo y nada más. Una vez más Alejandra está borracha y siente náuseas, ojalá solo fuera eso, siente olvido, siente viruela, siente el fin del mundo derramándose por la gran ventana que da hacia la calle. Una oleada de escalofríos le recuerda que era joven y que creía en el futuro, ahora cree estar enamorada de su jefe, de aquel que le paga la renta y le da caricias a cambio de sexo, quizá una llamada ocasional cada semana. Pone un disco de jazz, le encanta las improvisaciones de Charlie Parker, Mingus y sobre todo la música de Miles Davis, siempre ha querido vivir en Nueva Orleáns y ha anotado ese sueño en una larga lista de promesas que se tiene para sí. De duele la cabeza y le arde el corazón, sus ojos se han cansado de llorar su soledad y no hay forma de remediarlo. Lo intuye cuando apaga el televisor y el silencio se columpia desde el techo hasta el suelo. El cielo sigue teniendo un color rojo eterno, un color que Alejandra asemeja al fuego del dolor. Después de un mes de amargura una llamada cambia su ritmo intempestivamente, levanta el auricular y al otro lado se escucha una voz desconocida, -soy Rodrigo, el del bar, ¿me recuerdas?- Alejandra contesta emocionada y sorprendida y después de una plática amena se hacen una cita para verse el viernes en el mismo bar de la Zona Rosa, cuelga el teléfono y la trompeta de Charlie Parker hace sonar improvisaciones maravillosas que por momentos la hacen bailar. Por un momento duda, pero después cierra los ojos y sus nervios encienden ese tiovivo que la llena de infinita tristeza que agazapa detrás de las puertas y ventanas. Prefiere entonces correr el riesgo. Se ha percatado de sus demonios y ha decidido echarlos aunque sabe que será difícil, sin embargo, todo lo bello es difícil dicen por ahí. Saber y conocer los defectos propios es como tener ratas en la casa, solo se pueden espantar pero nunca se echan por completo. Cuando logras erradicarlos quizá tengas que pelear con las pulgas o las cucarachas. Alejandra siente que en su estado más precario a lo más que puede aspirar es a dormir tranquila por un día, pero consiente de que siempre nos esperan noches de tormenta o mil días de ansiedad.
Escrito por Giallo I. Mañanas Rojizas de Agosto 2006...
"Después de todo, el borracho es antes que nada un humanista.
Quiero decir que su borrachera puede ser
una manera de conocerse a sí mismo,
de ampliar el horizonte de su saber."
Jerzy Pilch
Se hartó de perseguir sueños inconclusos, noches malgastadas esperando a alguien que dentro de sí, siempre supo que no iba a llegar. Rodrigo cuenta las horas faltantes para que amanezca, los segundos que se detienen dentro de su reloj barato imitación Rolex, continua caminando sobre insurgentes, mirando putas declaradas mientras piensa que su vida la ha tirado por la borda. Hace meses que intenta escribir algo nuevo pero no encuentra las frases que apuntalen sus ideas, Rodrigo es un intento de escritor según sus propias palabras, da clases de literatura en alguna universidad de paga, sus bastos conocimientos sobre escritores latinoamericanos son desperdiciados mientras intenta explicar la literatura de Neruda a las chicas del Pedregal. Todas las tardes regresa a su departamento para calificar exámenes y ver una buena película de vez en cuando, su departamento es frío, huele a humedad, es viejo, de esos departamentos enormes situados en el centro de la ciudad, las ventanas dan a ninguna parte y las paredes se caen de olvido. Todas las tardes se toma un café mientras intenta seguir escribiendo el capítulo siete de su novela, todas las tardes a excepción de los viernes que sale en busca de algún bar para tomar un trago y descargar el estrés de la semana. Este viernes no es la excepción y entra en el colectivo que lo llevará a la avenida Insurgentes. Es una lástima que su volkswagen no circule los viernes. Se sienta pegado a la ventana y mira correr las gotas de lluvia mientras dibuja figuras de vapor sobre el cristal. Mira como todo mundo se resguarda de la lluvia y piensa en Alejandra, su ex mujer, por momentos cree mirarla en cualquier otra mujer con el corte de cabello parecido al que tenía ella, las cosas no resultaron bien y algunas noches él sigue buscando las respuestas en la sal. Podría ser que tenían mucho en común o quizá pertenecían a mundos totalmente distintos y lejanos, finalmente ella se fue con su jefe, un corredor de bolsa con un Mercedes Compresor. Alguna vez Alejandra y su jefe habían sido pareja, el argumento de ella era que aún lo amaba aunque Rodrigo aún se pregunta si lo amaba a él o a su dinero. Es una duda insana pero existente. Para cuando baja del colectivo su imitación de Rolex marca las 9:10 pm, camina algunas cuadras y la lluvia torrencial se ha convertido en apenas una brisa, algunas gotas caen sobre su saco viejo color gris y los charcos de agua se le han subido a los pantalones de mezclilla deslavados. Entra a “El diván de lo prohibido” la cantina parece amena, algunos oficinistas están ahí y las mujeres que atienden las mesas son agradables, se pide un ron y mientras la mesera se lo trae Rodrigo saca un desgastado cuaderno de notas, hace algunos apuntes tratando de divisar minúsculos detalles sobre su entorno, quizá para escribir el capítulo de su novela, quizá sólo sean notas de su diario. Saca su cajetilla de cigarros, enciende uno, lo fuma lentamente y suelta el humo hacia el horizonte, la mesera regresa con el trago, esboza una leve sonrisa para ganar su propina y se retira a atender otras mesas. Rodrigo la mira alejarse, la estudia lentamente y bebe un trago de ron, le ha encontrado un parecido a Alejandra, seguramente es el corte de cabello, aunque el rol de mesera de cantina es el último que interpretaría su ex mujer piensa sarcásticamente Rodrigo. Aún así le gusta mirarla, le gusta pensar que es Alejandra la que está parada frente a él, le gusta pensar que es Alejandra la que le sirve un trago y otro y otro, le gusta pensar que es ella quien ahora le ha tomado importancia, que es a ella a quien este escritor le ha dejado de ser indiferente. Pero Rodrigo sabe que el amor se ha olvidado de tipos como el, tan insolentes al descaro de vivir, él sabe que ha perdido la capacidad de amar o al menos la de volver a enamorarse, sabe que la derrota la lleva a cuestas y que ya no le calienta ni el sol de enero, sabe que por las noches sus dientes chillan cual si masticara botellas, que le llueven cristales por las tardes mientras se imagina caminando descalzo junto a Alejandra que va desnuda, cada vez más solos rodeados de gente. Pero súbitamente su pensamiento se ve interrumpido por un grupo de jóvenes que entran a la cantina, sus poemas son paralizados por imágenes burdas, por clichés de jovencitas desgastadas en estar a la moda. De entre todas ellas alcanza a divisar a Fernanda, una chica de la facultad que le ha estado coqueteando por los últimos tres meses, ella también lo identifica detrás de ese vaso de ron que ocupa la boca de Rodrigo, el la ve acercarse detrás del humo del cigarro, ella se sienta en su mesa y lo saluda con sorpresa, a veces el destino es caprichoso, ambos son tan distintos y quizá por eso deban convivir juntos por esa noche en ese lugar. Hace exactamente tres meses que han estado apareciendo recados en el parabrisas del volkswagen color rojo de Rodrigo, recados anónimos con confesiones de un amor verdadero, Rodrigo siempre ha sospechado de Fernanda desde que ella le coquetea y le enseña las piernas en clase mientras el habla con la misma elocuencia de Jaime Sabines. Rodrigo nunca se ha atrevido a llamar al número telefónico que apareció una vez en uno de esos recados anónimos junto a las palabras “llámame por favor”, él nunca ha sido tan atrevido, además le gusta el suspenso y claro está, los recados sólo los toma como una broma o un simple amorío de una alumna suya que cree sentir algo por él. Por esa noche en la cantina todo ha terminado en buenos términos, el está un poco borracho y Fernanda se ha mostrado desinhibida al final de una ronda de tequilas, han ido al callejón de al lado a finiquitar lo que comenzó con simples coqueteos, sin embargo, Rodrigo no ha ofrecido llevarsela a su departamento por precaución a no enrolarse en problemas sentimentales, se ha limitado a llevarla a su casa en Polanco, abordan un taxi, se despiden con un beso y ambos saben que a partir de ahora jugarán un juego de complicidad, el menos por un año más, para después Fernanda descubrirá su verdadera orientación sexual y se enamorará de Ana, su profesora de filosofía. Entonces, cansado de tanta falta de estupor, cansado de tanto andar, Rodrigo regresa a su departamento con el mismo taxista que intenta hacerle la plática, Rodrigo solo contesta con monosílabos, está demasiado cansado para pretender que le interesa hacer relaciones públicas sin fin alguno. Son las cinco de la mañana y hace un frío insoportable, tiene ganas de coserse a la cama pero sabe que le quedan apenas tres horas para que regrese a la escuela a su clase sabatina de literatura contemporánea. Duerme un par de horas, despierta y se toma un baño para salir de ese estado de letargo, un par de ojeras le cuelgan de los ojos y se desayuna un cigarro mientras se viste y acomoda su corbata. Hoy circula su auto por suerte. Después de cuatro horas sobre el análisis de las novelas de Alice Hoffman la clase termina, Rodrigo baja a la máquina expendedora, introduce algunas monedas y la máquina le da a cambio un café americano, son las doce con quince y el día es algo frío, el sol no sale completamente y las tonalidades grises en el cielo se reflejan en los moribundos charcos de agua sobre el asfalto. Camina por el estacionamiento de la universidad, escucha sus propios pasos y el frío le roza la nariz mientras busca las llaves del volkswagen en el bolsillo de su saco, se encuentra totalmente solos, un grupo de alumnos deja escapar unas risas a lo lejos, lo demás son sólo árboles y aparcamientos vacíos. Al llegar al auto, introduce la llave y un nuevo recado anónimo roba su atención, lo quita del limpiaparabrisas y desdobla el papel bond, la nota dice: “gracias por todo, discúlpame, no volveré a molestar” la tinta se corre un poco por las gotas de agua sobre el papel, Rodrigo no puede evitar pensar en Fernanda y en lo sucedido la noche anterior, mira a su alrededor tratando de buscar un atisbo de la autora del recado pero nada, no hay absolutamente nadie. Se limita entonces a tomar su maleta, saca un el viejo cuaderno de notas y apunta la fecha en que encontró el último recado anónimo, -hoy es sábado 22 de julio del 2006, son las 12:32 de la tarde, la hora y fecha exacta en que encontré el último recado...- entonces guarda la nota en una bolsa dentro de la maleta junto a las otras notas anteriores, entra al auto y saca un cigarro de la bolsa interna del saco, lo enciende y se queda pensando en lo vacío de sus recuerdos, en la radio suena bésame/ bésame mucho/ cómo si fuera esta noche la última vez... Rodrigo piensa paradójicamente que quizá anoche fue la última vez, no le queda más que besar las sombras que se forman en su recámara, fotografías que alguna vez tuvieron un lugar en su vida y quizá, con un poco de suerte, aún tenga un par de sueños en los que camina junto a Alejandra desnuda, desprovisto de musas y descalzo de poemas baratos, cada vez más solos rodeados de gente.
"When I was younger I believed, that dreams came true. Now I wonder.
Cause' I've seen much more dark skies, than blue. Now I wonder.
There was a time when you and I, walked hand & hand. Now I wonder.
I keep on searching for the old me,
I keep on thinking I can change.
I keep on hoping for a new day,
will I ever feel the same?
Now I wonder."
Corté la racha de noches tranquilas. Esta noche escuché llover bajo alguna canción country de Chris Isaac. Llegué a la conclusión de que soy el mismo ser deprimente y narrativo de siempre, solo que con camisas nuevas. Me he dejado crecer la barba y los sueños son cada vez más recurrentes. A veces voy descalzo y tu desnuda. De momento miro fotografías que ya no tienen sentido, por ratos me arrepiento de su existencia, todo es tan irreal en estos momentos. Hay una luna silenciosa que atraviesa mis cortinas, dentro, todo se disuelve en tonalidades azules y decrépitas, poéticas por momentos, macabras para los nadie. Mientras cuidas enfermos de nostalgia y olvidados de alegrías yo escribo ideas inconclusas, balbuceos. Caminas cuesta abajo y te diriges a dormir, entonces yo despierto y tomo el mismo camino de siempre esperando que algún día me lleve a otro sitio ocasional, quizá a la eterna espiral de la locura. No estaría mal. Son pocas las veces en que me he sentido con los brazos tan vacíos, pocas veces me he sentido tan miserable, tan mezquino. Los dados siguen girando y yo apuesto a que puedo tirar un 7, solo necesito una oportunidad, una más. Creo que soy un mal perdedor, ya no hay más oportunidades, la casa gana. No ha parado de llover y creo que no va a parar, la moneda está en el aire y yo a la espera de saber que sigue. Los charcos infinitos sobre las aceras, los árboles goteando sin parar, las derrotas escurriendo en mis pantalones, el whiskey malo y sus atajos, la gente que camina con abrigos y paraguas, las tonadas melancólicas de George Jones, las figuras que dibujo en el vapor de los cristales, los nombres grafiteados en paredes carcomidas, el tiempo miserable, la suerte inoportuna, los días y las noches interminables, las mesas de cantina, las promesas incumplidas, tus zapatos de tacón, los anhelos hechos trizas, tus labios marcados en hojas de papel, los días que nunca llegaron, los días que sigo esperando, las sirenas de ambulancia, las nubes como espuma de cerveza, las mentiras que aún no he dicho, mil besos desperdiciados, mis libros viejos, mis discos arrumbados, las mujeres que aún no conozco, mis cinco tías y sus pláticas gastadas, los bares de la esquina, son tantas cosas que me pregunto cual de todas me ha vuelto un tipo tan complicado. De momento tengo ganas de salir, de escapar, de comprarme un par de camisas a cuadros y un sombrero desgastado o una gorra de trailero, subir a una camioneta Ford vieja y oxidada y conducir, simplemente conducir y olvidarme de todo. Quiero llegar hasta las carreteras olvidadas, hasta los caminos desérticos de Arizona, tener la cara grasosa y una barba de tres días, escuchar música country, las melodías más tristes que se puedan encontrar, mirar un paisaje desolado, solo cactus y cerros de piedra y roca, solo una línea de postes de luz a la orilla de un camino a dos carriles, solo tierra volando por los aires y ensuciando mis zapatos, a veces creo que solo necesito un camino que me lleve a ninguna parte, un lugar predilecto para sanar las heridas de cada noche, un camino hacia un lugar olvidado de la mano de Dios.
Aunque creo que nunca me llegaré a conocer por completo supongo que soy una persona sencilla, siempre le ando buscando el lado humano a las cosas aunque hay personas que creen que soy hermético, me gusta mantenerme a la expectativa de todo, creo que la vida es una aventura y no me gustaría vivirla siguiendo un mapa, mi filosofía es que en la vida te tienes que divertir, lucho a cada día por ser una persona auténtica, algunas de mis grandes fallas es que soy un orgulloso declarado y por demás rencoroso, no olvido fácilmente. Me encanta la libertad y soy amante de los momentos elaborados gracias a la virtud de una cerveza, soy algo extremista, aprendiz de todo y víctima del entorno, antihéroe despeinado y siempre con ojos de taciturno aunque sean las seis de la tarde, defensor de las causas perdidas e insaciable buscador de un mundo perfecto aunque sé que nunca he de encontrar, pensándolo bien creo que soy una persona muy compleja pero entretenida... si, creo que así soy.